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¿La mejor periodista del mundo?

Retrato personal de Alma Guillermoprieto y elogio de su escritura, rica y comprometida

Muerto Gabo, ¿es Alma Guillermoprieto la mejor periodista del mundo? Ella me mataría si lee ese título, aún con interrogantes. Pero hay síntomas que dicen que sí, que puede estar entre los mejores (hombres y mujeres) periodistas del mundo, lista en la que me permito adjuntar la figura (distinta, pero profundamente igual, en convicciones, en actitud) de nuestra Sol Gallego.

Virtudes de Alma: no envidia la escritura de otro, escribe a partir de lo que sabe, no se deja llevar por sus ideas sino por lo que ve y por lo que contrasta de lo que le cuentan, es humilde de verdad y no de boquilla, cuando viaja no va con su carrera a cuestas sino con su curiosidad, escribe mejor que los ángeles, pues los ángeles no escriben, son demasiado bondadosos.

Esas son sus virtudes. Una de ellas se convierte en un impedimento para los que quisiéramos verla escribiendo siempre, en nuestros periódicos o en los ajenos: es contraria a la proliferación de su pluma. Como escritora que es de textos largos, lucha con su raza de bailarina para no extralimitarse ni en el adjetivo ni en la suposición; al contrario, ella comprueba hasta el color de los países para que en sus descripciones no haya ni una mentira ni una exageración. Y lo que escucha y es cierto porque lo confirmó abundantemente lo chequea otra vez por si acaso.

El periodismo le vino por casualidad, yendo para bailarina y buscando entender la guerra de Nicaragua. Y sigue caminando como una bailarina. La última vez la vi andar por los adoquines de Lavapiés, ese pueblo del futuro en cuyas calles florecen, tristes, los cristales rotos. La vi en México, en el Madrid más ilustrado de las calles rutilantes, la vi mientras ejercía la vida de profesora y de escritora, y la he visto triste alguna vez, porque el mundo sobre el que escribe es, en efecto, una especie de conurbano infeliz en el que los hombres se odian y se entrematan. No se olviden de que viene de México, el de las flores y el de las muertes, el de las rancheras y el de los narcocorridos, el de los asesinatos rosa y el de los asesinatos despiadados de ahora. Y en su memoria tiene la angustia de ser de donde ahora da rabia vivir. Pero su escritura sigue siendo, como la de Gabo, su maestro, al que le dio gratitud y ternura la última vez que los vi juntos (y ya él sabía a duras penas que abrazaba a Alma Guillermoprieto), una escritura feliz, llena de colores y de vida: una escritura que de la realidad recoge lo que no morirá jamás: la metáfora de la voz callada de los hombres.

Estoy en Buenos Aires, justamente hablando de periodismo; me he traído, para exponer ante los alumnos que me siguen un cursillo sobre este oficio que ella borda, los libros de esta princesa, o reina, de la comunicación. Ahí están los libros, con los de Gabo, con los de Gay Talese, con los de Kapuscinski, con los de su amigo Tomás Eloy Martínez? Les dije a los muchachos que la siguen como una de las grandes periodistas de América y del mundo, acaso la mejor periodista del mundo, que se fijaran en su escritura: de dónde viene lo que escribe Alma Guillermoprieto: viene de la vida y no de la idea, del compromiso con lo que el periodismo es, y siempre tiene música, no disonancia, escribe para contar, y en algún momento canta, tiene la música que aconsejaban Gabo o Tomás Eloy. Lean, por ejemplo: "En un tiempo el ensimismamiento del país nos sedujo a muchos: la verde soledad en la que parecía perderse; sus murallas de selva, sierra y mar; las fronteras de las que parecía quedar encerrado también el tiempo". Ella habla ahí de las guerras de Colombia. Y partía de esa descripción para después colocar, ay, los cristales rotos de uno de los países que más ama.

Leer a Alma es, de veras, ir al alma de lo que ocurre, desde el afecto radical, desde el desprendimiento del juicio propio en busca de la voz colectiva a la que nos debemos los periodistas.

Hacía algún tiempo que se merecía este premio. Ahora ella dirá que se lo merece otro. Es una gran mujer, además, su alma es enorme. Y es, de veras, quizá la mejor periodista del mundo.

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