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Latidos de Valdediós

Razón y emociones a propósito de Cataluña

La apelación a las vísceras por parte de la clase política, en clave populista y buscando la mera rentabilidad electoral

El origen del Estado es tributario de la necesidad de domesticar las pasiones de los hombres, desde el convencimiento de que estas no deben interactuar en la vida política; esto es, razón y pasión son conceptos que, en principio, se repelen. Esta es la idea nuclear de formato racionalista, con antecedentes en Kant y Descartes, y que se proyectó en la postguerra mundial, como reacción ante los excesos del fascismo y del comunismo, que habían manipulado las emociones de millones de personas.

Sin embargo, es innegable que las emociones están presentes en toda clase de regímenes, formando parte indisociable de la política, a la que le dan forma y articulan. Sin emociones no hay empatía, ni identidades colectivas. En definitiva, la movilización y el conflicto entre proyectos e identidades se generan a partir del consumo de grandes dosis emocionales. Razón y pasión deben ir, pues, de la mano, y consumirse en dosis equilibradas, puesto que un exceso de esta resulta peligroso para la sociedad, mientras que la aplicación exclusiva de la razón estricta provoca desafección, por su incapacidad para conectar con las causas requeridas de entusiasmo. El equilibrio entre razón y emoción, parece, pues, una formula aceptable para el ejercicio de la actividad política; sin embargo, en España, se puede constatar que la clase política ignora por completo la prudencia en esta materia, proyectándose sobre los ciudadanos /electores apelando casi exclusivamente a las vísceras, desplazando por sistema a la razón: las campañas electorales, y el posicionamiento ante asuntos especialmente sensibles, de manera recurrente y en clave populista buscando la mera rentabilidad electoral, son buena muestra de ello.

El paradigma de lo expuesto queda reflejado en el modo en cómo han interpretado la mayor parte de los actores políticos el conflicto secesionista en Cataluña, hasta llevarla a una situación de "empantanamiento" (apropiándome de la expresión de Joan Coscubiela), sin atisbos de solución en el corto plazo.

El nacionalismo catalán vive en perpetuo estado emocional, habiendo desterrado la razón por completo de la actividad política. Asimismo, el Gobierno español --Partido Popular por medio- ha decidido enfrentar el asunto exclusivamente en clave de réditos políticos entre el electorado españolista, estimulando los desvaríos pasionales, antes que la razón y el interés general. El resultado, el esperado, una sociedad más crispada y radicalizada, con grave riesgo para la convivencia, y un difícil retorno a la normalidad democrática y de convivencia entre españoles.

El pronóstico de futuro, en mi opinión, está trufado de pesimismo en esta materia, ya que el electorado catalán ha premiado la apelación a las emociones, antes que a la razón, a la luz de unos resultados que han dado la espalda a los posturas más conciliadoras (PSC y Cataluña sí que es pot), al tiempo que han catapultado las tesis extremas que encarnan los nacionalismos catalán y español. Las encuestas a escala nacional abundan en esta suerte, con la particularidad de que la competencia entre la derecha nacionalista española parece preterir al PP, favoreciendo las tesis, aún más radicales si cabe, que encarna Cs. Necesitamos cuanto antes restaurar el acuerdo político en y con Cataluña, y para ello es preciso que el espacio entre extremos se ensanche, aun pactando el desacuerdo. La razón ha de volver a recuperar, cuanto antes, el espacio que le ha sido arrebatado.

En definitiva, las emociones andan sueltas y sin gobierno por el suelo patrio, mientras que la razón busca desesperadamente socios. En España, no es preciso recordarlo, las pasiones han dominado habitualmente el escenario del poder político, arrinconando la razón a espacios universitarios o del mundo intelectual -el conocido episodio entre Unamuno y Millán Astray ejemplifica esta situación mejor que ningún otro- con las consecuencias de las que da fe nuestra historia colectiva, por lo que la gestión de las mismas, domeñándolas y sometiéndolas, resulta un ejercicio prioritario.

Concluyo invocando, a estos efectos, el principio de autoridad del paladín de la razón -Karl Popper-, quien ha dejado escrito que "solo hay dos soluciones; una es el uso de la emoción y, en última instancia, de la violencia, y la otra es el uso de la razón, de la imparcialidad, del compromiso razonable". Usted mismo, querido lector.

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