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Tino Pertierra

Twitter también despluma la privacidad

La red social vendió datos a una empresa del mismo grupo al que Facebook entregó información de sus usuarios

Si alguien tenía la menor duda de que los datos privados son menos privados que nunca cuando caen en manos de quienes gestionan las redes sociales, una nueva y pésima noticia para los usuarios de las mismas brota en la ciénaga de la desprotección: Twitter también entregó datos de sus usuarios a Aleksandr Kogan, el propietario de la empresa Global Science Research, que desarrolló la aplicación con la que Cambridge Analytic se apoderó de información vía Facebook con fines electorales, sirviéndola en bandeja de plata a la empresa de consultoría política que tanto ayudó a Donald Trump en su turbia escalada hacia la Casa Blanca. Ahí es nada, disponer de la friolera de 80 millones de cuentas privadas en las que fisgar para calentar una campaña a tu conveniencia con anuncios bien administrados.

Kogan tuvo la posibilidad de almacenar durante un día todos los tuits que se publicaron en la red del pajarito entre diciembre de 2014 y abril de 2015, además de fotografías, nombres de usuario y datos de ubicación. Se libraron de esa captura masiva los mensajes privados y datos personales, según Twitter. Jack Dorsey, uno de los fundadores de la red social, dijo que la información obtenida era sólo de cuentas anónimas, pero lo importante en este nuevo caso de deslealtad en las prácticas de una compañía tecnológica es la voluntad de comerciar con un material que debería estar al margen de semejantes tácticas. Hay un matiz importante: si en el caso de Facebook los datos los facilitaron los propios usuarios para hacer un supuesto test de personalidad, en esta ocasión es la propia Twitter la que vendió los datos.

Twitter asegura que, consumado el error, prohibió a la compañía de Kogan y a Cambridge Analytica la compra de datos y la publicación de anuncios en sus dominios. Pero el daño ya estaba hecho. No sabemos cuánto cobró Twitter por esa venta, pero la cantidad económica no importa: el afán de lucro que supone es lo que cuenta porque abre una brecha en el muro de la confianza.

Aunque de forma insuficiente y sin la necesaria prontitud y transparencia que exigía el traspié, Facebook intentó dar explicaciones sobre su gravísimo error, con un azorado Zuckerberg a la cabeza. Incluso pidió perdón al ver que la prensa de calidad le pillaba con las manos en la masa y se apresuró a corregir sus sistemas de protección de la privacidad. No es para menos. Twitter no puede quedarse atrás. Es cierto que se trata de un acceso a datos no tan privados que Facebook y que el alcance de las intromisiones ha sido menor, pero no es menos cierto que una empresa de la que los usuarios no tienen conocimiento pudo disponer de un material significativo a su conveniencia, y que Twitter, tan necesitada de ingresos, ganó dinero con esa operación en la sombra. El daño ya está hecho, y nuevamente queda claro que cuando se trata de minería digital hay empresas que no velan debidamente por los intereses de quienes hacen posible su supervivencia.

Resulta inquietante y revelador que unas redes sociales que se alimentan del trabajo ajeno (recordemos que cada vez que subimos una foto o un mensaje a cualquiera de ellas estamos trabajando gratis para el Zuckerberg de turno) estén más ocupadas en sacar un rendimiento extra a costa de la privacidad de sus usuarios que preocupadas por protegerla de pajarracos que pretenden rapiñar con ella.

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