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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

"El Rector" sale a escena

El estreno absoluto de la obra teatral de Pedro de Silva en el Campoamor

Pues yo vi a gente del público llorar cuando cayó el telón del Teatro Campoamor ovetense. Porque emocionados estábamos todos, pero solo los valientes se atrevieron a echar el moco. Claro, el texto nos lo puso en bandeja, y el ritmo interno que marcaba Etelvino Vázquez en la dirección de la obra, más aún. Por eso, cuando el actor protagonista se colocó de espaldas al público ?junto con los demás condenados a aquel fusilamiento de venganza y odio? en espera de los disparos del pelotón, ya estaba a punto el teatro todo (lleno en las dos funciones) para soltar el trapo ante la flagrante injusticia que se representaba en las tablas: el asesinato real se había cometido en 1937. Y justo en el momento anterior a la descarga, gira la cabeza ante nosotros, espectadores, y grita un "¡Viva la libertad!" que fue el acabose. Silencio primero, ovación larga, larga, y a salir al frío ovetense compungidos y sacando el pañuelo como si disimulásemos así nuestra piel vuelta de gallina.

Estoy escribiendo sobre el estreno absoluto de "El Rector", la obra teatral de Pedro de Silva que en octubre de 2014 tuvimos la oportunidad de presentar en Gijón Juan Carlos Gea, Germán Ojeda, el arriba firmante y el propio dramaturgo, que fue presidente del Principado en los 80 del XX: siempre se dice, cumplo el mandato informativo aun a sabiendas de que prefiere ser tenido, a estas alturas ya del partido (con perdón), por poeta, novelista, ensayista y columnista y abogado, pues hay que comer. En ninguna de las dos ocasiones hubo, por fortuna, viento sur ("caliente y perezoso" lo llamaba "Clarín", padre del ejecutado, en "La Regenta"), ese aire ensimismado y repugnante que atonta las cabezas con sus suradas agobiantes y que abre tanto la novela clariniana como la obra de De Silva.

Se lloró porque esta "tragedia mística", como la califiqué en el acto dicho, pretende una catarsis de quien la lea o vea gracias a recrear con tino el aire que la rodeaba y la propició. Lo supo ver la dramaturgia que preparó Vázquez: penumbra más que oscuridad; dedos acusadores ?en cómplice silencio? a ambos lados del escenario; una cámara oscura como decorado; voces bajas; línea de telones con fotos alusivas: todo dispuesto para que asistamos como corresponde al prendimiento, juicio y muerte de un hombre justo, Leopoldo García-Alas García-Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo, a quien mataron para matar la memoria de su padre. Tan firme como sutil iba siendo el hilo que tejía el horror, que mucho temía yo la llegada de ese entremés intercalado en el que el Generalísimo Franco y su Generalísima esposa reciben a Fusta, el militar encargado de pasar a la firma del dictador el "Enterado" de las condenas a muerte. Sí, confieso que no me llegaba la camisa al cuerpo por pánico a que cayera en una secuencia bufa que relajase demasiado a unos espectadores a los que a continuación resultaría más que difícil hacerles retornar a la senda de la tensión. No fue así: de nuevo la dramaturgia teatral acertó. Tan abominable se mostró lo abominable que las risas del respetable fueron nerviosas más que jocundas.

Si bien tuvo que acortarse el texto original para llevarlo a escena, nada esencial fue amputado. Oigamos al Rector: "Cuando la justicia social se demora mucho ya no evita el incendio"; "Los latidos de la revolución a veces son terribles. Cuando, en lugar de seguir el camino de las reformas, estalla de pronto, se muestra así, violenta, atroz, inevitable"; "Ocupaos también de los libros, que no les pase nada"; "Los libros son el alma de una sociedad, nuestra alma colectiva". O al lúcido Lucio: "Cuanto menos mal haya hecho más valdrá para expiar las culpas, hacer culpable a un justo es la suerte suprema, el no va más, para los que buscan venganza". Tremendo. Vuelva la cordura: súbase una y otra vez esta obra a las tablas.

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