De la Universidad asturiana se habla estos días más que nunca, y no precisamente por sus valores científicos, docentes o investigadores. La polémica por el nuevo grado de estudios de Deporte y la pelea entre los concejos de Gijón y Mieres respecto a su ubicación, además de una evidencia de lo necesaria que resulta el área metropolitana, es, sin paliativos, un fracaso de la institución académica. Como depositaria del conocimiento, la razón y la experiencia, la organización llamada a liderar con argumentos sólidos los asuntos relevantes para el territorio al que sirve se inhibe y hasta atiza la discusión estéril. Todo un símbolo grave del triste devenir de Asturias por lo que comporta de desesperanza: la pieza clave, y además cara, para iluminar la sociedad regional sólo añade confusión y defrauda.

La cultura clásica distingue entre "potestas" y "auctoritas", entre la competencia legal de tomar decisiones, el liderazgo formal, y la emisión de opiniones cualificadas, fundamentadas en el análisis objetivo de las circunstancias para la elección de lo conveniente, el liderazgo moral.

En el esperpento en que degenera la implantación del grado de Deporte, la Universidad renuncia a ejercer cualquier liderazgo. Sus responsables permiten impasibles, dilatando un pronunciamiento, la reyerta entre concejos y huyen de ilustrar o argumentar una decisión en defensa del bien común que debería ser modelo para el conjunto de los asturianos.

Estábamos acostumbrados a ver comportamientos de este tipo en la política, donde tantas veces se imponen el cortoplacismo y las estrategias de los secretarios generales de los partidos por encima del interés general, donde las decisiones se adoptan por su popularidad o impopularidad en función del coste en votos y no por los beneficios que reportan a los ciudadanos. El contagio de ese materialismo calculador a los rectorados resulta descorazonador. Oscuro horizonte le aguarda a esta tierra si hasta sus élites hacen ostentación, con deleite, de poca responsabilidad y falta de compromiso.

Gijón sostiene que presenta la mayor oferta de instalaciones deportivas. Ha puesto un millón de euros sobre la mesa para la subasta. Mieres alberga un campus moderno casi vacío, y alguna vez habrá que llenarlo. El sentimiento de agravio y abandono de las Cuencas está movilizando a los mierenses como hace mucho no se veía. Algunos sugieren Oviedo como alternativa. Avilés dio un paso atrás al empezar la tensión y las presiones. Mucho ruido, pero ningún argumento técnico sobre la optimización de recursos humanos, el equilibrio territorial, la viabilidad económica del proyecto, el plan de estudios y su base investigadora o el futuro profesional de los egresados en un sector que carece de regulación en el Principado y con oferta laboral limitada.

Por polémicas como la que estamos contemplando atónitos resulta más necesaria que nunca el área metropolitana. Con una cooperación adecuada entre municipios estos planteamientos carecen de sentido, porque en el fondo, como en cualquier negociación, se trata de que unos pierdan un poco para que todos ganen mucho. Sacar adelante un ente interurbano, dotándolo de la cobertura adecuada para evitar que acabe convertido en otro momio, no es una opción, sino un objetivo irrenunciable e inaplazable.

Discutir por treinta kilómetros en una región que practica a diario la movilidad, con miles de desplazamientos entre las principales ciudades, suena a chiste. Y más en un mundo global, en el que los estudiantes inician su formación aquí, la continúan con una beca "Erasmus" en el extranjero y cambian de continente para cursar un máster o buscar su primer empleo.

El Rectorado da bandazos para no desairar a nadie. Su posición ha variado desde la apuesta inicial por Mieres, el verano pasado, a ofrecerse luego al mejor postor, el que ponga más fondos, para asegurar recientemente, en una pretendida jugada salomónica, que la carrera puede trocearse. Una salida que no convence ni a los estudiantes, ni a los ayuntamientos en liza. En el colmo de la incoherencia, el Rector, para enfriar los ánimos, resta importancia al grado y a su capacidad de atraer alumnos, lo que remite de manera inmediata a cuestionarse entonces el porqué de darle un impulso y desencadenar esta batalla.

Hay quien asevera que la agitación actual y el elevado protagonismo en los asuntos públicos son buenos porque significan que la Universidad genera inquietud. ¿Para qué la necesita Asturias, para resolverle problemas o para crearlos? De puertas adentro existe otra percepción menos complaciente. Una mayoría de profesores ve muy perjudicial el desentendimiento, la dejación y el miedo a explicar.

Un centro de pensamiento que no ofrece respuestas sirve para bien poco, por no decir para nada, porque consume su energía en la irrelevancia. Pero si además, en el panorama actual, somos lo que comunicamos, está transmitiendo su peor mensaje a la sociedad: el de la apatía y la ausencia de ideas. Cuando más necesitamos un discurso público ejemplar y de prestigio, un faro ilustrado, un referente, la institución académica encoge los hombros.