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Sol y sombra

El crack

Abundan noticias descorazonadoras en las páginas digitales de los periódicos. Tanto del ombligo hacia arriba, como del ombligo abajo. La tensión en el Oriente Próximo, la rehabilitación de Berlusconi y el discurso xenófobo de la marioneta de Puigdemont que hoy presumiblemente será elegido presidente de la Generalitat, son algunas de ellas. Hay quienes sostienen que el papel español en Eurovisión ha sido decepcionante, vaya por Dios, y un padre se enfrenta a cargos de crueldad animal después de que su hija adolescente le acusase de matar a sus dos perros para castigarla por no lavar los platos. La actualidad se las trae.

Pero nada me está angustiando tanto como la rumorología del fútbol y los supuestos fichajes del Madrid. En concreto, uno: el de Neymar. Estoy tan preocupado que aún abrigo la esperanza de que este año no se le pueda fichar y el que viene resulte imposible. Sí, ya sé que es un bailarín de samba, un crack, el mejor seguramente en eso que llaman uno contra uno, el que más atributos posee para aspirar a un futuro balón de oro, etcétera, etcétera. Pero no me gusta Neymar. No me gusta él, no me gusta su padre, y ese ejército de niñatos que le rodea dispuesto a entretenerle. Detesto su devoción circense, la propensión a los desmayos sobre el césped y su grotesco exhibicionismo en las redes sociales hasta el punto de compararse con Stephen Hawking y presumir en una foto en silla de ruedas como ejemplo de superación, tras haberse fracturado el tobillo.

Neymar es un descerebrado al que nadie le ha dicho cómo tiene que madurar en la vida probablemente porque ya ha madurado lo suficiente superando adversarios en un terreno de juego. Sin embargo, el cerebro es necesario para regular como es debido cualquier carrera futbolística. Y eso es lo que me hace dudar de su adaptación y rendimiento en el club blanco. A ver si hay suerte y se queda en París.

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