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andres montes

Del 155 al 131

La persistente interinidad de la Generalitat, que no acaba cuando el Gobierno levante la intervención

Quim Torra, representante de Puigdemont en la tierra que el expresidente no puede pisar, entró ayer en la historia, en la que ya vivía. Y de la que ya vivía, porque su empeño en alimentar la mística catalanista con personajes secundarios, que no todo van a ser santos de primera fila, propició que se convirtiera en sumo oficiante del lugar sacralizado por la derrota de 1714. Como primer director del Born Centre Cultural, Torra identificó aquellos restos arqueológicos, bajo el antiguo mercado barcelonés, como la zona cero del catalanismo. Allí están las piedras sobre las que se sustenta la iglesia nacionalista, fuera de la cual "no hay vida", según sus propias palabras, cargadas de fe garbancera y, como no, excluyentes de todo lo que resulte ajeno a su credo.

El hecho de presentar a Torra como el 131 presidente de la Generalitat ya revela una posición respecto a todas las falsificaciones de la historia sobre las que se alza el independentismo. En "Con permiso de Kafka", un libro fundamental para entender lo que ahora ocurre en Cataluña, el historiador Jordi Canal marca un corte en ese pasado de aparentes raíces profundas y afirma que "no hay relación de continuidad entre la Generalitat contemporánea y la Diputación del General del siglo XIV". La actual institución catalana tendría su momento fundacional en 1931, con Francesc Maciá, sostiene Canal, y el que ayer salió del Parlament sería su décimo presidente. Ello sin incluir en esa relación los períodos en los que Generalitat estuvo intervenida y al frente hubo figuras interinas, que también forman parte de una historia de la que no pueden excluirse los momentos de excepcionalidad. En esta perspectiva, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría sería la primera mujer que presidió la Generalitat, aunque para el independentismo semejante afirmación tenga rango de blasfemia.

Como él mismo deja constancia en su primer mensaje, la interinidad que trajo el 155 se mantiene ahora con Quim Torra, cuya elección tiene también origen en ese precepto constitucional. Su designación en Berlín, la nueva capital catalana, devuelve al vocabulario de los analistas términos como valido, aunque su sumisión respecto a quien parece tener la presidencia en propiedad está más próxima a la del vasallaje. Por carecer de sustrato democrático, las restricciones que Puigdemont impone a Torra en su capacidad de decisión y en su despliegue simbólico son mayor menoscabo para la presidencia de la Generalitat que la intervención por el Gobierno central, amparada, al fin y al cabo, en una Cámara parlamentaria. Obsesionados con Franco, en Cataluña surgió un caudillo que ahora marca sus egolatrísimas condiciones, reglas que dimanan de su autoatribuida legitimidad como presidente depuesto, una continuidad rota desde que el propio Puigdemont aceptó concurrir a las elecciones de diciembre y, con ello, las reglas del 155.

Ese extraño modo de entender la democracia que ahora domina en Cataluña, con seres con aura propia que son intocables en instancia parlamentaria, está en las antípodas del espíritu republicano. El afloramiento de semejante monstruosidad política revela las tortuosas vías por las que transita un independentismo que se niega a reconocer el entorno en el que se mueve.

Aceptar la realidad obligaría a asumir que el hecho de que Quim Torra sea desde ayer presidente de Cataluña tiene mucho de componenda. El Gobierno de Rajoy mira para otra parte y da por buenos los votos de Puigdemont y Comín porque al PP le urge "salir de allí echando leches", resume Martínez-Maillo. El asunto catalán absorbe por completo la energía política y atenuar su presión resulta liberador para todos los partidos. Falta conocer si, ahora que ya sabe que el 155 no tiene nada de letra muerta, el independentismo se conforma sólo con una desobediencia gestual. La otra incógnita es la evolución de la batalla en el seno del Govern entre dos socios, exconvergentes y republicanos, que únicamente se soportan por motivos tácticos. De ello, y de que bajen a Puigdemont del pedestal, dependerá que esto que comienza sea sólo un aplazamiento de las elecciones catalanas o que se abra un nuevo escenario político.

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