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Noticias de Jauja

No se ha salvado el pobre Don Pelayo de los griteríos politicos de la actualidad. Lo cierto es que, si uno se fija en las cosas que se dicen, da la sensación de que no obedecen a un punto de vista personal sobre la Historia de España ni nada parecido. Parece más una cuestión de orden interno. Hay una serie de lugares comunes que articulan discursos muy básicos de la jerarquía política. Pelayo y lo que trajo su rebelión en las montañas de Asturias son uno de ellos. En tiempo de efectismo, quien no diga algo que no salga en google corre el riesgo de pasar desapercibido y, lo que es peor, de que en sus filas lo acusen de falta de combatividad: un peligro laboral. Esa necesidad de chupar cámara diciendo gilipolleces, unida al poco flitro que hay en la política para evitar que se cuelen los ágrafos, hace que el debate se vulgarice hasta extremos que generan desidia. Llegará el día en el que nadie se fije en los exabruptos de las redes porque, al ser innumerables y chocar entre sí, pierden impacto. Y está llegando el día, y a muy buen ritmo, en el que la ignorancia de nuestros diputados y senadores cumplirá el objetivo, quizá indeseado, de desalentarnos del todo y hacernos cederles todo el debate como quien -en tiempo de lluvia- oye llover.

La democracia se sustenta sobre el voto, pero entre unas elecciones y otras también pasan cosas. Cuando surge un conflicto, el organismo de la comunidad se pone en marcha para defenderse. Si las células del organismo están vendo telebasura o dando el aprobado a los semiexpertos en la Historia del siglo VIII que dicen sandeces para llamar la atención y seguir en el candelabro y no quedarse sin los privilegios que la vida política otorga, el organismo en cuestión no reacciona. Eso es más o menos lo que nos pasa.

El deprimente ir y venir de un auténtico montón de iletrados por los pasillos de la vida pública deja en evidencia clamorosa un fracaso educativo: alguien debió de ponerles un suspenso a tiempo a quienes ahora se conducen con la chulería impune de hooligans malcriados y, de paso, se ganan un buen sueldo en las cercanías del Palace. Súmese ese cuadro a la hipocresía con la que una auténtica legión de linchadores quiere hacerse oír para así cumplir la pulsión más poderosa de nuestro tiempo, que es la de linchar precisamente, para concluir que la democracia está en España en riesgo de derrumbe.

El espíritu de quienes se esforzaron por traerla quedó sustituido por la incompetencia de quienes no combaten la ignorancia ni la ordinariez. Puede pudrirse la democracia por falta de riego. Cuando eso ocurra, parte (¿cuánta?) de las masas se congregará ante las puertas de los estadios para darse el último placer de tocar a los atletas que salen camino de su autobús con cascos en las orejas. Es lo que tiene Jauja, que siempre queda un poco.

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