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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Santos, magos y héroes

En un chiste gráfico de Sempé, una anciana sale de la iglesia mirando hacia el altar, cae por las escaleras y se da el gran batacazo. Los sanitarios acuden a auxiliarla, la transportan en ambulancia medicalizada hasta urgencias, donde la llevan a quirófano para que anestesista, cirujano y enfermeras le salven la vida. Recuperada, la beata regresa a la iglesia y enciende una vela para dar gracias a Dios.

Un padre agradecido llamó "magos" a los médicos que operaron a su hija de un mes de una cardiopatía muy grave. Su relato es una sucesión de tuits en los que siempre habla de profesionales con conocimiento y humanidad, tecnología de vanguardia y dos hospitales públicos y se entiende el sentido figurado de la palabra "magos", no así en los titulares de un breve en las noticias. Conviene llamar a las cosas por su nombre y, a ser posible, con la palabra más moderada en un país donde sale gente en el Telediario diciendo que cree en el agua milagrosa del santo patrón.

Leemos que un policía que salva a un bebé que no respiraba se convierte en "héroe". Es fácil imaginar la gratitud paterna y aplaudir la oportunidad y destreza del agente en esta acción benéfica, pero es desmesurado ascenderlo a héroe. Esta inflación procede de las convenciones del 11 de septiembre de 2001, entre ellas, la campaña que engrandeció la calidad de los héroes para empequeñecer la cantidad de víctimas. Es norma de la narrativa maniquea que la calidad del héroe la marca la capacidad del villano.

El uso de hipérboles, que aumentan nuestra pobreza mental y concuerdan con la nueva emocionalidad que llama héroes a las víctimas y superhéroes a los desvalidos, es contemporáneo al poder creciente de los poderosos y al superpoder adquisitivo de los milmillonarios.

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