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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Castigada infancia

Vivencias infantiles y represalias inútiles

Es obvio y no punible que a la infancia no se la respeta y, muy al contrario, muchas veces se la trata a la baqueta al empañarla, si es que se mueve al ponerle el pañal. Después, al crecer y llegar al uso de razón, continúa siendo maltratada o, lo que es lo mismo, con desprecio y sin consideración. En ocasiones los castigos se deben a actos juzgados impropios de la edad de la niña o niño como me ocurrió a mí, alumna de un colegio religioso, cuya fundadora francesa era mucho más libre y avanzada que las religiosas de la Orden, de modo que sufrí a diario represalias como permanecer largo tiempo de rodillas por decir inconveniencias y padecer dolores de mano, escribiendo mil veces "no debo desperdiciar tontamente mi tiempo ni mis cuadernos" cada vez que me requisaban uno de ellos con mis escritos considerados muy chocantes para una alumna de once años, además de escandalosamente heréticos.

La acusación de hereje que espantó a mi madre, no a mi padre, se debía a que me declaraba enamorada y correspondida por mi novio, Jesús de Nazaret. Y afirmaba que cuando me dormía lo hallaba en una esquina de mi sueño; y él me tomaba de la mano y me llevaba a pasear por las praderas del cielo; y una tarde lo encontré camino de Emaús, pequeña aldea, y vi su rostro de resucitado, pálido, demacrado por los tres días de encierro y ayuno en el sepulcro, y le dije: "Quédate, quédate conmigo o permite, al menos, que te acompañe". "No, no. Por favor, márchate", me pidió él con firmeza y dulzura, "pues está atardeciendo y pronto será de noche y tus familiares sufrirán por tu tardanza. Vete presta a casa". Y renuente y de mala gana lo obedecí y aquella noche supe que no volvería a verlo con mis ojos, pero sí a escucharlo y sentirlo a mi lado y en mi interior, invadiendo mi cuerpo y alma hasta la última de mis horas en este planeta por cuya gente él se había inmolado para salvarla de la muerte y darle la vida eterna. Y les dije a mis compañeras, que me escuchaban estupefactas, que lamentaba no poder ver lo esencial e invisible a los ojos, como aquel aviador novelista que llevaba cartas al Sur y encontraba pequeños príncipes perdidos en el desierto, y que tampoco era amiga de los mandamases, por lo que no podía viajar como Catulo a curarme de mi morbo en un balneario de Bitinia, pues padecía la enfermedad sin cura que era el dolorido sentir eterno, pero sabía que allá adonde fuese tendría junto a mí mi linterna, mi pan y agua, mi salud y guía, Jesús, el nazir de largo cabello que nunca desoía mi llamada, me ofrecía su mano y me secaba las lágrimas con dulzura; y era él, Jesús, mi consuelo, que acababa con mis pesares mediante sus palabras y su ternura; el Jesusito de mi vida de los días en que era niño como yo, según la oración de mis noches infantiles.

Pero no me expulsaron del colegio pese a las páginas de mi libretita muy gruesa de hule negro que me cayó de la faltriquera del uniforme, donde había escrito algo inadmisible y pervertido como esto: "A mucha gente de la que padecemos esta dictadura militar nos gustaría tener una familia de la orilla izquierda y ser pobres y escupir en los escaparates de los peleteros y bajo el dintel de las puertas de los joyeros que adornan las orejas y pellejos del cuello de las señoras y de las señoritas que no riegan la albahaca pero, como dice la canción, buscan novios muy postineros. Y confieso que apoyo a unos "matriculosos" en latín, que quieren escribir en la arena mojada de la playa y ante el pórtico de las iglesias con un palo untado en caca de perro "Non serviam". "No serviré"; y poner cicuta en la taza de café del comisario de la policía político-social, tío de uno de ellos, acabar con los rosales inmundos de los jardines de los estraperlistas riéndose frente a la jeta cerdosa y buzonesca de los nuevos ricos del verbo y de la lengua.

Y una noche mi Jesús apareció para secar las lágrimas de mi llanto causado por sentirme muy sola. "Llévame contigo", le supliqué. "Por favor, no me dejes aquí. Líbrame de esta sordidez que tanto me apena y me impide escribir y leer que me dan la vida. Sácame de esta oscuridad tan fría. Sin ti caería a quemarme en la gehena". Me tomaste de la mano y echamos a correr calle abajo hasta un jardín encendido con mil luces celestiales, donde me pediste que no fuera egocéntrica y que amara a las personas como a mí misma. Te prometí que así sería, aunque seguí siendo egoísta. Pero a ti te quería más que a nadie, porque eras mi seguridad, consuelo, esperanza, fortaleza, aquel en quien confiaba, el amor de mi vida desde pequeña, que alumbraba la senda de mi marcha hacia el más allá que a todo el mundo le espera.Y no me llamaste loca ni extravagante cuando te dije que quería saber cuánto costaban un par de pollos en tiempos de Diocleciano; y también conocer la causa de que tanto me emocionara leer y releer el epitafio del sepulcro de un museo, en el que se encontraban los restos de Helvia, una hispanorromana de tres años, muerta de calenturas o ahogada en una alberca, cuando Mario el populista, vencedor de teutones y númidas, hacía, como todos los dictadores armadanzas de todos los tiempos, la inevitable y lucrativa campaña de África.

Y no miro atrás, porque mis amadas difuntas y queridos muertos están en mí, van conmigo debido a mi querencia por el pretérito pluscuamperfecto que no está muerto ni clausurado por las llaves que quieren encerrar la belleza del pasado en el cuarto oscuro de las ratas y del olvido. Pero repentinamente recuerdo aquella fiesta de Santiago Bonaerges, Hijo del Trueno, y me veo bailando la baja danza nocturna, el baile macabro de los muertos. Y siento las manos en mi cintura de aquel que no eras tú, Jesús mío. Oigo su voz de adolescente que acabara de estrenar la toga pretexta; y escucho mi risa causada por sus palabras, cuando lo encontré en una placita, junto a la estatua de un inquisidor, con un diccionario de latín ilustrándole el sobaco y le pedí que me abrochara la sandalia, mostrándole mi mano envuelta en vendas blancas. Lo llamé dux, rex, pontifex. Y me calificó de princesa loca disfrazada de estudiante juguetona. Luego empezó a llover asturianamente, con furia y alegría, como es propio de esta tierra de nómadas y neuróticos. Después corrimos tomados de la mano a mojarnos bajo el agua de un canalón, más violenta que la de un torrente, con su diccionario él y yo con la cartera colgada del hombro con los apuntes de griego de los verbos polirrizos; y bajo la lluvia nos miramos sin tocarnos. No le confesé que mi amor verdadero, mi novio, esposo también de millones de mujeres, era otro: el mismo Dios. Se hubiera reído y burlado y yo lo habría golpeado con dolor y rabia con mi chorreante cartera. Así que me despedí con un hasta nunca y no volvimos a vernos.

Más tarde vi tus ojos de relámpago en medio de la noche de Santiago, bajo la Osa Mayor, y supe que me aceptabas y querías. Y lloré a cántaros de gozo porque tú, Jesús, Yeshúa de Nazaret, siendo yo un saco de pecados, no me dabas la espalda ni me hablabas de penas ni de culpas y castigos. Me mirabas de frente y en tus ojos descubría deslumbrada tu pietas, piedad y caritas, caridad o cariño infinitas. Después gocé en octubre, con su cielo otoñal, sin pájaros ni azules claros, mi cielo, el cielo de las lunas que amo por sus luces magas de la señora de los canes y los trivios, Hécate de cara negra, cuya llegada anuncian las estrellas caídas en las viñas y el color vinoso de las olas de septiembre. La verdad es que, después de Hiroshima y del humo de las cámaras de gas y de los hornos nazis, no puedo ni quiero mirar mansamente a lo alto ni cometer un acto de impiedad abominable no viendo en los soles ni en los brillos de la noche el fuego donde ardieron tantos muertos que me gritan que no los deje caer en las turbias aguas del río donde se ahogan los recuerdos. Intento ser una buena cristiana nada católica, sin conseguirlo, pues es tan difícil como ser anarquista y vivir en una comuna y compartirlo todo, alegrías y dolores. Y aquí acaba esta historia cuya autora tiene el nombre latino de Carmen que significa en español canción o poema y en árabe y hebreo Jardín; y en el colegio usaba como apellidos Gemoz y Aoje, resultado de alterar la posición de las letras de los suyos verdaderos, con la reprobación del profesorado, carente de buen humor.

Adenda: Las sanciones duras, las censuras humillantes y las represiones y violencias son crueldades estúpidas que no enderezan a quienes no cumplen las leyes y normas que juzgan abusivas e injustas, porque las personas de toda edad no son maleables, sino muy resistentes a las manipulaciones.

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