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Daniel Capó

Signos contradictorios

Los riesgos sociales de una expansión económica en ciernes

La economía española empieza a ofrecer signos contradictorios. Por un lado, la expansión sigue su curso; por el otro, el crecimiento del PIB cae unas décimas. Los datos del empleo no han sido tan positivos como se confiaba durante el primer trimestre, mientras que algunos indicadores adelantados empiezan a señalar una cierta ralentización, de forma más marcada en Cataluña por la crisis política y el descenso de la inversión. Se espera una temporada turística ligeramente peor que en años anteriores, ya que la competencia en el Mediterráneo empieza a normalizarse. La fuerte subida del petróleo y de otras materias primas puede conducir a un incremento acelerado de la inflación, aunque todavía es pronto para dibujar con certeza este escenario. La recobrada fortaleza del euro frente al dólar y la libra incide negativamente en el músculo exportador de las empresas, mientras que algunas señales débiles sugieren la reaparición de una burbuja. El precio de la vivienda en zonas premium que se encuentra ya en máximos históricos: la abundancia de capital y los tipos negativos de interés invitan a ello. Otro dato relevante en España es que las familias han vuelto a solicitar financiación. Las familias españolas ya no ahorran -ni reducen su deuda-, sino que se han lanzado a incrementar su gasto, tanto en consumo como en inversión inmobiliaria. Aunque la deuda de los hogares haya disminuido esta última década, cabe preguntarse qué supondría para la economía familiar una repentina subida de tipos. Y no debemos olvidar que la deuda pública de las distintas administraciones se halla cerca de su máximo histórico, rozando el 100 % del PIB, lo que restringe su margen de maniobra ante un eventual cambio de ciclo.

El factor más preocupante sigue siendo la brecha social que ha abierto -o, mejor dicho, ha acentuado- el crack de 2008 y que se manifiesta en una tasa elevada de paro estructural, salarios a la baja y una mayor incertidumbre en las políticas públicas de bienestar. Si los periodos de prosperidad tendían durante la última mitad del siglo XX a proporcionar a los desfavorecidos empleos mejor remunerados, ahora -en palabras del historiador Tony Judt- "Europa está creando una clase marginada en medio de la bonanza". La fuerte creación de empleo ya no supone una mejora en la cohesión social, porque la misma estructura viene condicionada por la globalización, la abundancia de mano de obra barata, la tecnología y la robotización. En el caso español, la desertización industrial tampoco ayuda a incentivar los salarios altos. Se trata de una tendencia global difícilmente reversible que debería movernos a repensar el futuro a medida que el envejecimiento se vaya cebando en la demografía europea. Y así evitar que el cambio de ciclo provoque una brecha social aún mayor que termine por desestabilizar las instituciones y las libertades democráticas.

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