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Gerente del Servicio de Salud del Principado

Un cirujano de contacto

Rafael Sariego tenía talento sin anhelo de protagonismo

Mi primer recuerdo de Rafa se remonta a la época del Hospital Nuestra Señora de Covadonga, donde coincidimos una noche de guardia en 1982. Yo era entonces residente de Anatomía Patológica y él, médico adjunto del servicio de Cirugía General y Aparato Digestivo. Desde ese momento, mantuvimos contacto en diferentes etapas de nuestra vida profesional y labramos una entrañable amistad que se hizo muy sólida con los años.

Siempre preocupado por sus pacientes, como cirujano estaba en permanente contacto con los anatomopatólogos para conocer los detalles del diagnóstico de las personas que atendía. Tenía una envidiable capacidad para conectar con la gente, ejercía un liderazgo natural entre sus compañeros y estaba disponible para echar una mano en cualquier momento, por eso era muy apreciado por todo el personal sanitario.

Rafa contribuyó de manera decisiva a la fusión del Hospital General y el Hospital Nuestra Señora de Covadonga, germen del actual HUCA, por su talento para buscar el consenso de manera callada y sin anhelo de protagonismo, la misma forma de proceder que marcó toda su vida. Esa labor silenciosa y una visión de futuro poco común le permitieron también impulsar con éxito la Unidad de Cirugía Mayor Ambulatoria (UCMA). La cirugía ambulatoria, uno de los pilares en los que hoy se asienta el método de trabajo del nuevo Hospital Central de Asturias, le debe mucho al doctor Sariego.

Después de ese período, fue nombrado consejero y me ofreció formar parte de su equipo, en unos años en los que el sistema sanitario asturiano se transformó por completo, no sólo en los aspectos más tangibles, como la construcción del nuevo HUCA y de numerosos centros de salud por todo el Principado, sino también en proyectos menos visibles que calaron en todo el ámbito profesional. Con él se gestaron el desarrollo de los sistemas de información sanitarios, las estrategias de calidad, un plan de salud y muchas otras iniciativas que aún sirven de base para el trabajo que realizamos hoy. Sin embargo, Rafa nunca se atribuyó mérito alguno, los logros para él siempre eran compartidos, pero sabía muy bien cómo allanar el camino, dar las recomendaciones precisas para impulsar una idea y no alejarse del objetivo marcado. Si tuviera que definirlo en pocas palabras, diría que Rafael Sariego fue, ante todo, una persona extraordinariamente generosa, de gran sentido común y educación exquisita. Todos los que hemos tenido la fortuna de trabajar con él lo sabemos, cualquier llamada suya era siempre para aportar, para regalar un consejo, para ofrecer soporte, pero jamás para exigir o reclamar.

Rafa se encuadra con facilidad en la mejor tradición de médicos humanistas, formados en el estudio de la Medicina, pero también en el conocimiento de la música, la pintura -especialmente la escuela flamenca, por la que sentía debilidad- y la historia. Hay una frase del doctor José de Letamendi que le encaja a la perfección: "Quien sólo sabe de medicina, ni de medicina sabe". Pues bien, él sabía de medicina y de todo lo demás, porque conocía en profundidad la condición humana. Sus amigos nos beneficiamos de su conversación amena, salpicada de anécdotas y sentido del humor, de su curiosidad por la cultura y de su lealtad.

Querido Rafa, te echaremos siempre de menos.

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