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José María de Loma

Poemas y milhojas

Escritura y pasteles

Se me fue la tarde escribiendo un poema. Un poema que al menos no contenía las palabras fugaz, nostalgia o amor. No hablaba de la muerte ni tildaba de carmesí el color de unos labios. Tampoco incitaba a la melancolía. Ayuno estaba de mitologías. Así que tal vez fue una tarde productiva.

En el balance contable de la jornada podría poner: poema. Hay días en los que el balance es: trabajo. En otros: piscina. En algunos: tareas domésticas y lectura de una novela. No faltan los aciagos días en los que uno sólo piensa y piensa sin ningún resultado productivo. Claro que si bien se mira, yo no sé lo que es productivo. Ni siquiera sé producir dinero. Una vez me propusieron un negocio. Lo vi tan claro que salí corriendo. Yo creo que estoy corriendo todavía. De hecho, soy más rápido que el dinero. Para abundar en esa querencia a la pobreza o menesterosidad, ya ven, me da por escribir poemas.

Perpetrar poemas, quizás sería más acertado decir. O poemastrones, valga el neologismo. Un poemastrón es un poema que además de malo es largo. De esos que no se acaban nunca. Parece un día de verano: te asomas a la ventana y luce el sol. Vuelves a asomarte al rato y ahí continúa el sol. Vas a la nevera, comes algo, te echas un sueñecito, arreglas la pata de una silla, ves una película y sales nuevamente a otear. Y nada: el sol continúa en todo lo alto, no se acaba el día. Si hiciera un verso por cada hora de sol me salía "La Ilíada". En versión mala, claro. En ripios.

Tampoco está mal escribir de noche. Lo malo es que escribir me da hambre, en vez de darme dinero, así que no puedo bajar a la confitería, como si fuera de día, a adquirir un milhoja y degustarlo mientras la nata, el hojaldre y el azúcar van entrando en mis adentros y me van dando fuerzas y energías para intentar una égloga o un soneto, tal vez un epitalamio. Nótese que he deslizado nata donde tal vez usted, querida lectora, hubiera querido leer crema. Es antigua y no estéril, como cuita de Quevedo y Góngora, la disputa entre partidarios de la nata y propulsores de la crema. El cremismo y el natismo.

También está el natismo ilustrado, que es toda la nata por el pueblo, para el pueblo pero sin el pueblo. Yo en esto soy equidistante. Me gusta según qué obrador y no según qué ingredientes. Aunque bueno, hay milhojas, pasteles en general, tan malos a veces que a uno ya al primer bocado se le queda una cara que parece un poema.

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