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El manto protector del rey Pelayo

La apropiación de los mitos para reforzar ideologías

Cuando el pasado legendario envuelto en oscuridad trae los ecos de gestas tomadas como referentes de la historia, estas gestas se convierten en continuo destejer y tejer. Utilizadas por el poder, pese a los esfuerzos investigadores, arrastran estigmas derivados de su interesado uso. Eso es lo que ha pasado con don Pelayo y sus "orígenes de la Reconquista" desde el 718 hasta hoy. Pelayo y Covadonga son un binomio indestructible del asturianismo. Pero también fueron, y son, un binomio en la historiografía española de todos los tiempos.

Por su simbolismo, desde la ignorancia, se les asoció y asocia en exceso a ideas con las que nada tienen que ver. Pelayo, como El Cid, los Reyes Católicos, Carlos V, Colón o Carlos III, por citar algunos, nunca fueron de derechas o de izquierdas, fascistas, demócratas, colonialistas, racistas, anti independentistas o los conceptos y percepciones morales que tenemos en el presente aplicándolos alegremente a un pasado que queremos aprovechar, usuarios interesados, las más de las veces desconocedores.

A "nuestro" Pelayo se le ha llegado a tildar de dictador moderno o de guardián del español. Él, que vivió entre las brumas de un tiempo lejanísimo en el que ni lo uno ni lo otro existía. Sin embargo, la apropiación de los mitos para reforzar ideologías es algo inherente a la práctica política de todos los tiempos. Y el nuestro no iba a ser menos.

Este 2018, además del centenario de la consagración de la Virgen de Covadonga y el de la declaración de su entorno como Parque Nacional, celebra el 1.300 aniversario de la proclamación de Pelayo como rey, si atendemos a las crónicas posteriores de los suyos y a los escritos de los historiadores musulmanes que se ocuparon de él (llamado Belai-al Rumi) y de la principal y casi única peripecia vital historiada de nuestro mítico Rey, la batalla de Covadonga, acaecida probablemente en el 722.

A estas alturas hay seguridad histórica de la existencia de Pelayo. Otra cosa son sus imprecisos orígenes o su proyecto "político", si lo tuvo. Y también es segura la batalla de Covadonga, distinta es la dimensión que realmente esta pudo tener.

Fuentes cristianas y musulmanas posteriores avalan que Pelayo fue proclamado rey, caudillo o jefe de los pueblos de las montañas entre Asturias y Cantabria, en rebelión abierta contra los musulmanes, hacia el año 718. Y que ejerció su mando 19 años, hasta su muerte en el 737. Que fue enterrado en Abamia hasta que en tiempos de Alfonso X, cuatro siglos después, sus restos, los de su esposa, Gaudiosa, y los de su hermana, Ermesinda, fueron tal vez llevados a Covadonga.

De su reinado apenas trascienden certezas, excepto la proverbial batalla de Covadonga, en la que se implicaba a miles (¡incluso cientos de miles!) de combatientes, según la historiografía cristiana; apenas una escaramuza de "30 asnos salvajes" mandados por Pelayo en situación penosa, y que dejaron por imposibles, en versión musulmana. En todo caso, las versiones contrarias de unos y otros no son sino "las eternas mentiras de los partes oficiales de todas las guerras y de la literatura política de todos los tiempos", que diría don Claudio Sánchez Albornoz, entre las que debe "el escalpelo de la crítica histórica descubrir la verdad". Pese al interés devaluador de los enemigos parece cierto que la victoria en Covadonga tuvo eco rápido y provocó más movimientos contra el invasor en todo el norte y la llegada de nuevos emigrantes contrarios a la ocupación.

A las conquistas de otro rey, Alfonso I, se sumó después un hito importante. El hallazgo de la tumba del Apóstol Santiago, un "descubrimiento providencial" auspiciado por Alfonso II el Casto, hacedor de Oviedo como capital regia sucesora de la visigoda corte toledana, apenas un siglo después de Pelayo, reforzó el aparataje ideológico cristiano en la guerra contra el infiel y la idea de restauración del reino perdido. Las crónicas de Alfonso III diseñaron la "historia oficial" del proyecto restaurador. Efectivamente, décadas más tarde del rey iniciador de la monarquía astur, los relatos de Alfonso III el Magno, que había llegado al Duero y controlado un territorio grande desde Galicia al País Vasco, retomaron la historia de Pelayo. Lo dibujaron como noble godo refugiado en el monte Auseva e iniciador de una guerra contra el infiel. El programa real estaba servido: la ideología con la cruz por bandera, el apóstol Santiago como combatiente y el manto protector del primer rey como adalid. Se produjo entonces, en el siglo X, la "construcción del discurso épico antimusulmán al que llamamos Reconquista". Nace el mito goticista y la idea de la reconstrucción de la derruida unidad de la "España" visigoda enterrada con la invasión.

Fue entonces, en el diseño del reino que se expande hacia el sur, más allá de la cordillera, cuando se retomó la historia de Pelayo como personaje importante, contrario al traidor Witiza y próximo al último rey Rodrigo. Tras la nefasta batalla de Guadalete (711) buscó refugio en las montañas del norte junto con otros y desde allí inició su oposición a la dominación de los ocupantes. Munuza, el gobernador islámico en Gijón, secuestrador de la hermosa Ermesinda, hermana de Pelayo, pone el punto romántico y personal del enfrentamiento. Pelayo fue el primero y Covadonga la cuna de un reino, una gesta más allá de lo local. Cuando, avanzada la reconquista, el reino se trasladó a León, lo más difícil, el principio, estaba hecho.

Andando los siglos, tras la guerra civil que en el XIV enfrentó a Pedro I y Enrique de Trastámara, en medio de las conquistas hacia el sur de los ya divididos reinos cristianos, además de parar la rebeldía del bastardo real conde de Noreña y Gijón don Alfonso, el peso histórico de nación primigenia tuvo mucho que ver en la creación del título del Principado de Asturias, ligado para siempre al heredero al trono.

Acabada la Reconquista, unificados en una monarquía los territorios hispanos, en los siglos XVI y XVII, irá cobrando fuerza una "versión histórica indigenista que convierte a Pelayo en rey de raíz astur" o vasco-cántabro. Cobran más importancia los lazos lugareños. El primer caso se ve en la historia del asturiano Luis Alfonso de Carballo, en el siglo XVII, en sus "Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias"; en el segundo con el cántabro Francisco de Sota en la fantástica más que histórica "Crónica de los príncipes de Asturias y Cantabria"; incluso el vasco Esteban de Garibay, en el XVI, convertirá a Pelayo en vasco-cántabro.

En el XVIII, Jovellanos o Cadalso volverán al goticismo, al héroe que emprende la reconstrucción del reino visigodo. Hasta en el debate constitucionalista del XIX, entre absolutismo y constitucionalismo real, se coló Pelayo. La historiografía decimonónica consagrará otra vez la figura del rey. Los actos del XII Centenario de la batalla de Covadonga, en 1918, ampararon multitud de estudios históricos sobre esta etapa. La tesis de don Claudio Sánchez Albornoz en 1913, "La Monarquía en Asturias, León y Castilla durante los siglos VIII al XIII. La Potestad Real y los Señoríos" marcó un hito, al que luego volvería.

Todos los monarcas recurrieron al manto protector de Pelayo. Los condes de Castilla para legitimar su poder, previo al reino; los Reyes Católicos, como finalizadores de la gesta secular de la Reconquista iniciada en el monte Auseva; los Austrias y los Borbones, en sus recopilaciones de las iconografías regias y cada vez que se planteaba alguna "restauración".

A veces lo que se sabía de cierto en don Pelayo era lo de menos. En términos "patrios" Pelayo es un mito integrador (¡ya quisieran otros!) que desde Asturias se proyectó más allá de las montañas de esta tierra aislada desde siempre "frontera del imperio".

[Fuentes: Juan Ignacio Ruiz de la Peña: "La monarquía asturiana". Oviedo: Fundación Hidrocantábrico, 2001; Ricardo García Cárcel: "Don Pelayo, el eslabón perdido de la continuidad del reino de España". "El Mundo", 2014 (internet texto libre)]

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