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La OTAN y el Gobierno

La incuestionable fe europeísta y el atlantismo de Pedro Sánchez

La cumbre de la OTAN ha depositado en Madrid motivos para mantener alto el ánimo y para la congoja. Así de contradictoria es la realidad que nos toca vivir. Los treinta socios de la organización militar están dispuestos a defender, todos a una, el orden legal internacional y la democracia, y para ello han decidido prepararse para la guerra. Definen la situación en un lenguaje bélico alarmante. Concluyen que el área euroatlántica ha dejado de estar en paz. No excluyen una agresión de Rusia, a la que señalan como la amenaza inminente, alertando, no obstante, del mayor peligro que representa la dependencia estratégica entre China y Rusia, dos estados autoritarios que actúan concertadamente tratando de alterar el statu quo por todos los medios. Reconocen que hay otros desafíos, el terrorismo, los conflictos regionales, las crisis humanitarias, que reclaman atención y están interconectados. Y aunque proclaman su propósito de actuar de forma responsable, advierten que la seguridad de la Alianza tiene la garantía de su fuerza nuclear.

El mundo se adentra en un túnel oscuro, lleno de riesgos e incertidumbre. Una de las consecuencias de la globalización es que todos los países, cualquiera que sea el reparto de los papeles protagonistas y secundarios, están implicados. La política internacional también se polariza. Apenas queda espacio para la neutralidad, una tercera vía o la no alineación. El orden mundial del futuro está en juego. Hace tiempo que esto se veía venir, pero la invasión de Ucrania, víctima de la situación, ha precipitado el curso de los acontecimientos. Y Europa está otra vez en el centro de la disputa. Rusia la pone en la diana y Estados Unidos la revaloriza como aliado.

En el aniversario de su ingreso y actuando como anfitrión, nuestro país ha reafirmado su plena integración en el bloque occidental. En este asunto, el presidente del Gobierno ha actuado con absoluta determinación. Su fe europeísta y su atlantismo están fuera de toda duda. Todos los pasos que ha dado en los últimos meses, algunos arriesgados o muy cuestionables, apuntan inequívocamente en la misma dirección. Quizá habría que mencionar en este punto el giro apresurado que dio con tanta torpeza a la política exterior en relación con el conflicto del Sahara. El caso es que después de un siglo de pasar de soslayo, como un actor marginal, España está en la primera línea de la política internacional, haciendo piña con las democracias.

La OTAN destaca del mundo actual la tensión existente entre las democracias y los autoritarismos. El documento aprobado no alude a los problemas internos de las democracias. Sin embargo, los síntomas son evidentes. Empezando por las sospechas fundadas, pendientes de confirmación, de que Trump pudiera haber sido el cabecilla del asalto al Capitolio. El poder político no ha caído en las mejores manos en el momento de mayor peligro. Los populismos han abierto una brecha en varios miembros de la OTAN, cuyos jefes de Estado o de Gobierno muestran actitudes políticas ambiguas. Las democracias resultan confortables y eficaces cuando se asientan en un consenso social amplio, pero se vuelven ineficientes y vulnerables en sociedades con profundas divisiones.

La democracia española presenta, además, un problema específico. Reside en el gobierno y adquiere una dimensión mayor a la hora de ejecutar la estrategia fijada por la OTAN. Pedro Sánchez ha manifestado su firme voluntad de seguirla al pie de la letra, pero los socios de su gobierno y alguno de los aliados parlamentarios, ERC de modo explícito, han mostrado una oposición rotunda. Unidas Podemos y ERC se declaran pacifistas y anuncian que no apoyan el aumento del gasto militar comprometido por el jefe del Ejecutivo. Habrá que ver, también, cómo afecta el enunciado de la integridad territorial a los movimientos catalán y escocés a favor de un referéndum de autodeterminación. La unidad de acción del Gobierno en torno al cumplimiento de acuerdos firmados, en las circunstancias del mundo actual, no es un asunto menor. Es previsible que Pedro Sánchez consiga que se apruebe la aportación de España a la OTAN a pesar de la oposición de una parte de la mayoría parlamentaria que lo sostiene, gracias a los votos del PP, un partido al que se ha propuesto insistentemente deslegitimar durante toda la legislatura. La primera coalición de gobierno está en vías de convertirse en un caso único de gobierno desquiciado. Sin hacer juicios de valor sobre las diferencias entre el PSOE y UnidasPodemos, ¿es razonable mantener este gobierno? Lo que no admite discusión, según la Constitución, es que la composición y la dirección del Gobierno son responsabilidad de su presidente.

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