El mundo rural tiene futuro. Si lo ha dicho un holandés habrá que creerlo, pues se dice desde hace siglos que el sentido calvinista de la rectitud y la responsabilidad modela el carácter de los habitantes de los Países Bajos. Así que Bert Kisjes, neerlandés y presidente de la Fundación Cultural Pueblo de Europa, no hablará por hablar cuando apuesta por la producción, propia del universo rural, frente a la dictadura del consumismo urbano. Seguramente tiene razón, aunque parece imposible escapar del imparable vómito urbanístico que amenaza con hacer ciudad donde sólo debería haber pueblo. Porrúa es, tal vez, la última esperanza. Quizás, si los vecinos siguen unidos, se convierta en el último reducto rural de una comarca hormigonada, asfaltada, recalificada, demolida, urbanizada, adosada, revendida...