Parece ser que las lumbreras que pergeñan el urbanismo llanisco han decidido convertir en urbanos lo que hasta ahora eran tranquilos núcleos rurales de la rasa costera. Barro también lo era y tras convertirse en urbano -por decisión deliberada del Ayuntamiento y la CUOTA- experimentó un crecimiento explosivo, se pobló de edificios incongruentes y parcelas mínimas y ya de paso perdió todo el encanto -y era mucho- que una vez tuvo. Y en Niembro, objeto de similar reconversión, se han derribado edificaciones tradicionales centenarias para rellenar el hueco -huertas incluidas- de edificios de insufrible volumetría. Todo al servicio del ladrillo, o lo que es lo mismo, de la pasta. Esto mismo es lo que va a ocurrir en el resto de los pueblos de la costa llanisca. Ya se pueden ustedes imaginar el deterioro paisajístico y ambiental que nos espera. Mientras tanto, el Paisaje Protegido de la Costa Oriental sin declarar -¡qué vergüenza!- desde 1994. Y todavía tiene uno que oír a las autoridades locales hablar de desarrollo sostenible. Como si supiesen lo que es. El urbanismo llanisco es un manantial inagotable de marrullerías e insensateces. Es lamentable, pero la cabeza no nos da para más. Y Llanes, poco a poco, metro a metro, va perdiendo la belleza que tanto admiran los foráneos y tan poco valoramos los indígenas. Excepto claro está, los de siempre.