Con la fiesta nacional -tan de moda ahora gracias al Parlamento de Cataluña, que quiere acabar con ella- tiene Llanes conexiones sentimentales. Aparte de varios nombres de referencia (como Rafael Guerra, «Guerrita», que descendía de La Malatería; Pedro Amieva, «Esparterito», un corito que debutaría en los años veinte en la madrileña plaza de Vista Alegre, o Alfredo Corrochano, torero de ambientes cultos y llanisco de adopción), el antecedente principal, que no podemos -que no debemos- obviar, data de 1517 y fue el regalo que ofrecieron las gentes de la villa al príncipe Carlos: una corrida de toros, ni más ni menos, algo que debió de ser entonces equivalente a bailar hoy el pericote ante don Felipe y doña Letizia.

Naturalmente, no nos han faltado ilustres detractores de la fiesta: el poeta Ángel de la Moría, por ejemplo, fijaba en 1887 su posicionamiento al escribir de las corridas organizadas en México por la colonia llanisca: «No me quedaron ganas de volver allá», resumía; Pin de Pría, a su vez, se frotaba las manos en 1900 ante lo que veía: «Llanes progresa (...). Su movimiento industrial lo prueba: lagares de sidra, hojalaterías, telares, talleres de carpintería, alguno de forja, fábrica de dulce de manzana, fábrica de fluido eléctrico y... la plaza de toros en completa ruina, que es una prueba de que el sentido común da, de cuando en veces, sus paseítos por las orillas del Carrocedo»; y el erudito Fernando Carrera Díaz-Ibargüen se ufanaba de ser «antitaurino teórico y práctico», aunque presidió algún festejo.

El primer coso se había inaugurado en julio de 1894 con una corrida protagonizada por Luis Mazanttini (quien volvería a torear en Llanes en 1895). Estaba situado en la Concepción y tenía una cabida considerable. Como consecuencia de la guerra de Cuba, quedó abandonado al poco tiempo, y el resurgimiento no llegaría hasta 1910, año en el que se organizaron becerradas dentro de las fiestas locales. Un grupo de industriales (Eladio Bengoa, entre ellos) construye en 1923 una plaza en el Rinconín con capacidad para 3.000 personas.

La afición se revitaliza a base de bien en la Segunda República. Se reforma la plaza de toros para atraer el turismo, y la tauromaquia conseguirá unir a tipos irreconciliables. Comparten cartel entonces estoques que se retarán a muerte al estallar la Guerra Civil: de un lado, dos socialistas: el boticario Sixto Velasco (luego oficial en una unidad al mando de El Coritu) y Laureano Morán, dueño de una empresa de autocares; y de otro, Regino Muñiz, que militaría en la CEDA, y Vicente Cotera, falangista (ambos serían, en distintos momentos, alcaldes de Llanes después de la contienda).