Sotu L'Ansertal (Cangas de Onís), Alba SÁNCHEZ R.

José María Remis, de 86 años, y Honorina Valle, de 88, llevan toda la vida en la montaña, en los Picos de Europa. Más de seis décadas dedicados a la elaboración de Gamonéu del puerto, uno de los quesos más apreciados y cotizados del mundo. Por esa larga dedicación, la Cofradía de Amigos del Queso Gamonéu les rendirá un homenaje, nombrándoles cofrades de mérito, en coincidencia con los actos programados para el puente del Pilar, el próximo jueves 7, a las siete y media de la tarde, en la Casa Municipal de Cultura de Cangas de Onís.

Son sólo tres los pastores del puerto que aún se dedican a la elaboración de Gamonéu en las majadas del parque nacional de los Picos de Europa durante la temporada estival, cuando, hace unas pocas décadas, se contaban por decenas los que se trasladaban desde sus hogares, con sus familias y todo su ganado, a pasar cuatro meses en las vegas del puerto. José María Remis ha pasado todos los veranos, desde que nació, en la majada de Vegarredonda, con todo el ganado, y el resto del año en las invernales, sin bajar para nada a su pueblo. Su mujer comenta, entre risas, que «tiene miedo de haber sido fruto de las estancias de sus padres en la vega».

Allí, en el puertu, ha permanecido José María Remis toda su vida, con las altas cumbres como compañeras. Unas cumbres que conoce palmo a palmo en todo el trayecto cubierto en sus idas y venidas con el ganado entre Vegarredonda y las invernales de la zona conocida como Prioro. Esta circunstancia la aprovechó para ejercer como guía de los turistas que querían conocer nuevas cimas, tanto nacionales como extranjeros, quienes siempre se asombraban de la hermosura del paisaje. Con la cabeza perfectamente lúcida, evoca numerosas anécdotas, como aquella vez que una pareja de montañeros catalanes le pidió que les indicara cómo debían hacer la ascensión a Santa María de Enol, decidieron hacerla sin guía y, al caer la noche, con mucha niebla, no habían regresado, de forma que resolvió ir en su busca por si necesitaban ayuda. Tras haber caminado durante un buen rato, comenzó a oír una voces que le llamaban: «¡Remis! ¡Remis!». Cuando los encontró, estaban amarrados el uno al otro para no extraviarse. Al verle, exclamaron los dos al unísono: «¡Ahora sí que necesitamos un guía!». En un sólo verano llegó a gastar ocho pares de chanclos en sus idas y venidas por los montes. Muchos montañeros, en mayor o menor medida, le deben la vida.

Aun admitiendo la dureza del puerto, reconocen que el mejor queso es el de «altura» y, cuanto más, mejor; «no se encontraba queso como aquel», comenta, orgullosa, Honorina Valle. Fabricaban alrededor de 1.000 kilos al año, que, al principio, bajaban a caballo hasta Covadonga; luego, hacia los años setenta, ya subía el camión de Leandro, que les recogía los quesos en la Vega del Huerto, cerca del Pozo del Alemán. Honorina Valle pasaba temporadas abajo, en su casa, atendiendo la huerta. Eso era lo más duro para José María Remis, quien, al preguntarle qué echaba más de menos en el puerto, no lo duda un instante: «la muyer».

Recuerdan con cariño cómo las vegas eran «como una romería», con familias en todas las cabañas, incluso dos en algunas. Si se ponían malos, algún montañero que, a la vez, era médico, como Guillermo Mañana y Aurelio Álvarez-Riera, se molestaba en hacerles revisiones para paliar su dolencia, comentan, agradecidos. Para ellos, el puerto se acabó cuando el lobo empezó a atacar a la «reciella» (ganado menor); «si se respetara el pastoreo y se controlase al lobo, todavía podría volver algún ganadero al puerto, aunque sólo fuese en verano, pero, ahora, quién va ir», concluyen.