Llanes, María TORAÑO

El excelentísimo señor don Pedro de Inguanzo y Porres, Rivero y Topete, marqués de los Altares, Maestrante de caballería de Granada, Diputado a Cortes y Senador del Reino levantó entre 1860 y 1868 un palacio en las afueras de Llanes, en la carretera que conduce a Pancar. Dicen que invirtió «90.000 duros» -que en aquella época era una auténtica fortuna- y construyó así un enorme caserón del que se cuenta que «tenía tantos cristales como días del año». Hoy en día no queda ni uno entero y el palacio de Los Altares agoniza lentamente, comido por la maleza y recubierto de pintadas.

Los hechos vandálicos han sido constantes, sobre todo, tras el incendio sufrido en agosto de 2003. La última estocada la ha recibido el lagar. La enorme viga de madera -conocida como viga cimera- que ejerce de prensa sobre la manzana ha sido serrada «a motosierra», denuncia la secretaria de la Agrupación de Vecinos y Amigos de Llanes (Avall), María José Rodríguez. «Esto es de hace dos meses como mucho, porque está todavía fresco el corte», indica la representante del colectivo, quien agregó que «siempre que vuelves por aquí falta algo más». Rodríguez lamenta la «total dejadez de la administración pública» ya que el palacio es propiedad municipal y no duda al señalar que la responsabilidad sobre el estado de la finca y del inmueble es tanto de la Consejería de Cultura del Principado como del Ayuntamiento llanisco. «Los Altares es un Bien incluido en el catálogo de Patrimonio de Asturias que está siendo objeto continuo de expolio», manifiesta la secretaria.

«Asistimos estupefactos a obras millonarias como los Cubos cuando la auténtica memoria del concejo está en esta situación y se muere de forma ignominiosa», denuncia la portavoz de Avall, que hoy mismo registrará ante la Consejería de Cultura un escrito en el que informan del estado del palacio y del último destrozo, documentado con fotografías comparativas de cómo estaba hace un año y ahora.

«El lagar es una pieza que como mínimo debería haberse trasladado al Museo Etnográfico del Oriente que queda a escasos cuatro kilómetros», sugirió. Pero no es el único objeto de valor reseñable. Dentro del caserón queda una bañera incrustada en el suelo, de una pieza de mármol y unos 50 centímetros de altura; hay un cenador con un enorme banco semicircular de piedra sobre el que han crecido los avellanos y la capilla de la Virgen de la Salud -en la que hace pocas décadas aún se celebraban fiestas- también está deteriorada.

Los Altares tiene también cochera, las casas de los criados, un lavadero y hasta una curiosa fuente construida con estalagmitas y estalactitas sustraídas en alguna cueva a principios del siglo XX. Otra de sus riquezas es el jardín -convertido en bosque actualmente- con ejemplares de más de cien años. Entre esa vegetación hay un rosal que sorprendentemente sobrevivió a las llamas de 2003. Los que llegaron a ver el fuego recuerdan que entre el humo destacaba el olor a flores y por eso encontraron la planta. No la tocaron y aguantó. Sus esquejes están repartidos en multitud de macetas y jardines llaniscos. Se reproducen y han llegado a hogares de media España e incluso uno florece en la Normandía francesa. Hay quien hace mermelada con sus pétalos y la denomina «Ambrosía del Palacio de Los Altares». Sus rosas resisten. Como resisten sus muros aún, a la espera de un futuro en el que tal vez sus 365 cristales puedan reflejar de nuevo la luz del sol.