Patricia MARTÍNEZ

La banda sonora de la fiesta del Emigrante en la parroquia riosellana de Camango era ayer algo peculiar. Una decena de burros rebuznaban atados a los árboles antes de participar en una carrera en la que debían arrastrar el equivalente a su peso en sacos de grava y bloques de hormigón. Ganó el más burro, el que más pesaba, que respondía al nombre de «Alegre», y tiró por sus 230 kilos más otros tantos entre la tabla sobre la que iba la carga y los sacos.

Los diez asnos que competían tenían cinco minutos para dar vueltas alrededor de un circuito improvisado en una finca cercana a la fiesta. Lo hacían con un conductor y un arreador, al que el miembro de la comisión de festejos y árbitro, José Alberto Pérez, dejó bien claro que sólo se podía azuzar al animal «con aspavientos, dentro del recinto, y nada de maltrato». Según Pérez, otros años los burros competían en carrera, pero para esta edición querían «hacer algo distinto» y decidieron cargarlos con su propio peso, algo que ya habían visto hacer con caballos. A Camango llegaron animales de Vibaño, Puente Nuevo, Villahormes, El Carmen, Nueva, Piñeres y El Mazucu, parte de los que ya habían competido en carrera.

Las desigualdades entre los borricos saltaban a la vista. De los 140 kilos del más ligero a los 230 del ganador, y de los tres años de «Pocha», el burro de Paco Remis, a los 30 de «Pancho», de Guillermo Gómez. Ambos llegaron desde Posada, pero se entrenaron de formas muy diferentes antes de la competición. Mientras Gómez hacía «por lo menos diez años» que no enganchaba a su animal, Remis invirtió el tiempo antes de su turno en entrenar y motivar al pollino por los alrededores del recinto.

Entre gritos de «¡burro, burro!» y otros improperios se mezclaban las risas y los comentarios irónicos de los espectadores. «No sé qué burros tirarán más, si los de cuatro pates o los de dos». Después de la competición, vecinos y visitantes disfrutaron de una gran parrillada de carne y una animada verbena que puso final a la fiesta.