Naves, María TORAÑO

«Vergüenza» y «pena» son las dos palabras que más se escucharon ayer en el monasterio de San Antolín de Bedón, en las inmediaciones de localidad llanisca de Naves. Un grupo de unos quince vecinos y veraneantes «de toda la vida» del pueblo recorrieron las inmediaciones de la iglesia, su interior lleno de pintadas, las casas anexas, en ruinas, y los terrenos circundantes. La visita estuvo encabezada por María de la Vega, impulsora de la página de Facebook denominada «Amigos de la iglesia de San Antolín de Bedón», que ya cuenta con 400 miembros y desde donde denuncian que la iglesia del monasterio, declarada bien de interés cultural (BIC) y monumento nacional, «es víctima del abandono y los actos vandálicos, y a nadie parece preocuparle».

Por ese motivo, una de sus primeras iniciativas ha sido poner en marcha una recogida de firmas. Ya cuentan con más de 500 apoyos «sin contar las hojas que dejé en algunos bares y tiendas del concejo», comentó María de la Vega, de 24 años y licenciada en Filología Hispánica. Todas las personas interesadas en colaborar pueden descargarse el modelo de hoja de recogida de firmas desde la página del grupo en Facebook o en el blog http://sanantolindebedon.blogspot.com, donde también cuelgan información sobre el estado del templo.

El grupo que recorrió ayer el monasterio, formado por personas de todas las edades, mostró los excrementos de caballo que llenan la nave central de la iglesia en cuyas cúpulas anidan los murciélagos. Las pintadas de las paredes y lápidas llevan meses sin ser limpiadas y parece que las administraciones le dan la espalda al edificio, declarado monumento nacional por el Gobierno central en 1931. «Tiene el mismo grado de protección que la catedral de Oviedo, las cuevas de Tito Bustillo y el puente de Cangas de Onís, y mira cómo está», manifestó De la Vega, quien agregó que por delante del antiguo monasterio, del siglo XII, pasan cada día muchos peregrinos y caminantes que se quedan con una mala imagen.

Lola Sanz recordaba que cuando era niña aún había caseros (Juan Fulgencio, ya fallecido, y su familia), que cuidaban los terrenos y el monasterio, y otra familia que cada verano alquilaba las casas del monasterio. «Había un huerto con hortalizas, ganado y un bosque de castaños», comentó Sanz, para quien en su memoria «venir a San Antolín era como cruzar a un paraíso». Añadió que es una pena que los más pequeños del pueblo no puedan ver el monasterio y su entorno en buenas condiciones.

Lo mismo piensa también Alessandro Mazoratti, arquitecto italiano que visita anualmente Naves desde hace mas de veinticinco años. «Cada año que vuelvo da más vergüenza ver que nadie hace nada por arreglarlo», expresó. María de la Vega tiene claro que la mejor solución sería que las administraciones expropiasen el entorno de la iglesia, que es privado, para intervenir en condiciones. Sólo queda que los escuchen.