Arriondas,

Patricia MARTÍNEZ

A simple vista, parecen montones de piedras enterrados entre la maleza, en lugares estratégicos y algo escondidos. Pero guardan el testimonio de la Guerra Civil y, en concreto, de la defensa republicana en la comarca oriental, «el último gran baluarte natural de la resistencia republicana en Asturias». Así lo define Manuel Antonio Huerta, geógrafo y autor de «Los vigilantes silenciosos», un libro en el que recopila y contextualiza las construcciones militares de la época.

Huerta buceó durante tres años en lugares que muchos «recordaban de cuando eran críos, les sonaba algo y nos daban alguna pista», explica. El trabajo implicó leer, preguntar y también desbrozar, aunque él considera esta tarea «un síntoma de buen estado de conservación».

De aquella labor quedan el libro y una propuesta para los municipios: la inclusión de las construcciones en el catálogo urbanístico de protección para preservarlas e incluso convertirlas en recurso «turístico y pedagógico» a través de rutas señalizadas.

Al margen de la obra, publicada en junio y fruto de un encargo del anterior Gobierno regional, en Llanes se realiza, desde hace dos años, un estudio para recuperar lo que hay en el concejo e incluirlo en una ruta. En el resto de municipios consultados no tenían noticia del catálogo, pero se mostraron interesados en conocer qué rastros dejó una contienda que hasta el verano de 1937 estuvo marcada por el dominio republicano. Sin embargo, en julio cayeron Bilbao y Santander y «es entonces cuando se empieza a reforzar la zona oriental», explica Huerta, quien sitúa «la primera línea defensiva en el río Deva». A partir de esta frontera natural entre Asturias y Cantabria, y «a medida que avanzaban los nacionales, los republicanos retrocedían aprovechando los ríos». Lo hicieron hasta el Sella, cuya ribera izquierda comenzaron a fortificar en septiembre. Los nidos de ametralladora, unas construcciones circulares con agujeros desde los que disparaban sin ser vistos, trincheras, refugios y parapetos (muros de piedra) se multiplicaron desde Cangas de Onís hasta Ribadesella. Donde más se concentraron fue en Parres, que conserva una quincena de nidos, un parapeto y dos refugios. Según Huerta, los republicanos «hacían previsiones de por dónde podía pasar el enemigo», pero «los nidos no sirvieron para nada y el 12 de octubre de 1937 los nacionales cruzaron el Sella a la altura de Las Rozas». El geógrafo apura el desenlace de la historia y explica que, algunos días después, «la evacuación republicana ya estaba decidida y en marcha. El final del Frente Norte y, con él, el final de la guerra en Asturias, se había producido», concluye.