En Llanes tuvimos la fortuna de asistir a dos de sus actuaciones. El 4 de septiembre de 1992, en un concierto promovido por Cajastur, formó parte de un grupo de siete solistas de «Los Virtuosos de Moscú» junto a Amaiak Durgarian (violín), Yuri Yurov (viola), Alexei Utkin (oboe), Mijail Milman (violonchelo), Grigori Kovalevsky (contrabajo) y Serguey Besrodny (violín). Un año después, el 3 de septiembre, acudiría de nuevo a la basílica llanisca, esta vez formando parte de un cuarteto (lo acompañaban Durgarian, Milman y Utkin), para dar un recital patrocinado por el mecenas cabraliego Jesús Álvarez y su esposa, Josefina Prieto. El Ayuntamiento llanisco, representado por el concejal Antonio Núñez Martín (verdadero organizador de aquel extraordinario evento musical) ofreció a los músicos y al matrimonio Álvarez-Prieto una cena en el hotel Miraolas. Todo resultó exquisito, aunque la madre de Durgarian (una entrañable armenia, épica y rocosa como un personaje de Gorki) prefirió una ensalada a la sopa de marisco. «Querido Amaiak: parece que su mamá no ve con buenos ojos la especialidad de la casa...», comentó alguien a Durgarian. «Así es, y perdónenme ustedes. Para ella, este plato tan rico no deja de ser una sopa de arañas. De arañas de mar», respondió el hijo. Nos hallábamos ante un reflejo de la diversidad étnica de la Madre Rusia. Al terminar el postre, los músicos se levantaron en silencio, echaron mano de sus instrumentos y ofrecieron como agradecimiento un microconcierto. Eran las 12 de la noche, y por las puertas del comedor y a través de las cristaleras de la escalera se asomaron en seguida decenas de sorprendidos huéspedes del hotel, algunos de ellos en pijama, atraídos por una fuerza irresistible.

Arkadi Futer (Moscú, 1932-Gijón, 2011) hizo vibrar por primera vez las cuerdas de un violín en los instantes mismos en que las tropas de Hitler, acosadas por el general invierno y el heroísmo del pueblo soviético, empezaban a perder la guerra en la estepa rusa. Había sido evacuado con su familia a la localidad de Kirov, y allí iniciaría la formación musical. En febrero de 1943, cuando el mariscal alemán Paulus se rendía tras caer derrotado en Stalingrado, ya había regresado Arkadi a Moscú para continuar sus estudios en un conservatorio. Aunque siempre le suelen venir mal dadas al pueblo de Israel, este músico nunca dejó de encontrar en su vida un rincón para sustraerse a la violencia del mundo y aferrarse a la pacífica armonía de su instrumento musical. Fue un judío con suerte. En Kirov se mantuvo a salvo de la deportación en la que se vieron atrapados millones de hebreos en otros lugares. En la URSS de su juventud, ajeno por completo a las purgas de Stalin y a las puñaladas traperas del régimen comunista, supo ser feliz con su compañera de toda la vida, Frida Poliakina. Era un violinista en un tejado siempre a punto de derrumbarse, pero fue capaz de construir su paraíso en medio de los infiernos. En la parte final de su carrera saboreó y agradeció la oportunidad de vivir en Asturias, donde ha muerto a los 78 años.

Concertino de la Gran Orquesta Sinfónica de la Radio y Televisión de la URSS y de la Orquesta Filarmónica de Moscú, en 1979 había entrado a formar parte del grupo «Los Virtuosos de Moscú», fundado entonces por el también violinista Vladimir Spivakov. Esta prestigiosa formación de cámara se estableció en el Principado en 1990 y sus sones y su magisterio, como un imprevisto regalo del Este, llegarían aquí a localidades poco familiarizadas con la música clásica. Su violín contribuyó, sencillamente, a universalizar entre nosotros la alta cultura. En 1998 fue nombrado con todos los honores artista emérito de la República de Rusia.