Caravia,

Patricia MARTÍNEZ

Carlos Pérez estudió para ser piloto de la Marina Mercante, pero en el camino de buscar trabajo, cuando no había, se quedó en tierra construyendo maquetas de barcos. Este artesano, nacido en Caravia, aún recuerda cuando don Ramón, un profesor suyo que había sido maquetista naval, les trajo unas cajitas con barcos de madera. «Fui incapaz de montarlo y me decían que ya podía estudiar, porque con las manos no me iba a ganar la vida», rememora Pérez, que lleva veintiún años en la labor. Por afición, empezó a hacer artesanía náutica y barcos para regalar que poco a poco iba vendiendo. Hoy sólo trabaja por encargo y para una clientela estable, en la que hay empresas, museos, astilleros y particulares, sin otro rasgo común que la pasión por las reproducciones de barcos.

«Hay mucho coleccionista, cada vez más, invierten menos dinero pero quieren garantías y tardan mucho en elegir», explica antes de añadir que «buscan piezas que no estén muy reproducidas y, si es el caso, con otra escala». Insiste en que hay «de todo y de todas partes, gente de mucho poder adquisitivo y otros que no». Como ocurre con las antigüedades o con la pintura, las maquetas se ven como una inversión. Y lo son, porque «hay piezas de hace siete años que han triplicado su valor», señala Pérez, que además en sus manos guarda el secreto de su éxito en la «confidencialidad» de los encargos.

«Hay veces que no sabes para quién trabajas. Haces la maqueta, luego te encargan una placa y te quedas sorprendido», explica este artesano, que trabaja entre La Espasa, en Caravia, y un estudio en Colunga, donde remata las piezas. Construye maquetas y también repara las antiguas, un tipo de encargo que ha aumentado últimamente.

Quienes no lo conocen de cerca ven su trabajo como algo «creativo», pero él se define como un «copiador». Nunca se ha inventado un barco desde cero, pero sí ha hecho algunos que nunca existieron, como el «Nautilus» del novelista Julio Verne, y otros que nunca navegarán, como algunas maquetas de barcos deportivos que no se llegaron a construir. Lo que más hace son piezas «del siglo XIX y principios del XX, suelen ser barcos típicos de determinadas zonas de España, antiguos vapores».

Las maquetas se coleccionan, pero también son un obsequio, un tipo de encargo que apenas le ha dejado tiempo para dormir estas Navidades. «Da la casualidad de que mucha gente que estaba embarcada se jubila o prejubila en enero», explica el artesano. También trabaja para organismos relacionados con la mar, como Salvamento Marítimo o el Servicio Marítimo de la Guardia Civil, que en estas fechas suelen realizar actos, y ha tenido algún encargo de particulares. Una vez pasado el apurón navideño, Pérez se dedicará a las piezas únicas hasta que en la primavera se ponga con los encargos para regatas y competiciones náuticas.

Pero ¿cuánto cuesta una maqueta? «Puedes gastar lo que quieras», expone el artesano, que rechaza hablar de un precio medio y ni siquiera de un abanico de posibilidades. Sí explica que una metopa, un barco seccionado de forma vertical y pegado sobre una tabla de madera, cuesta menos que una maqueta, donde la figura aparece con todo el volumen. Pérez tiene claro que no llegará a ser rico con lo que hace, pero le gusta, y apostilla que «más que un trabajo, es un modo de vida. Dedico todo el tiempo, no tengo vacaciones ni horarios». Vive y trabaja según los encargos y confiesa que de las paredes de su casa no cuelga ni una sola maqueta, aunque sí le gustan los barcos, en especial «los de la transición entre el vapor y la vela». Carlos Pérez tiene las manos tan cálidas como la sonrisa y es uno de esos afortunados que disfrutan con lo que hacen. Ambas cosas, el calor y el entusiasmo, son, por suerte, contagiosas.