El vallado de la Autovía del Cantábrico está hecho unos zorros. Roto por aquí, hundido por allá, tomado por la maleza... un desastre. El problema, como señaló ayer el biólogo Luis Carrera con su habitual certeza, es que nos estamos jugando la vida. Porque el lamentable estado de las vallas posibilita la entrada de animales en un recinto por el que se circula a alta velocidad. Es verdad que las reses del accidente del miércoles en Ribadesella entraron por una rotonda, pero no lo es menos que cada año se registran varios siniestros al invadir la autovía diferentes animales salvajes. Ocurre que en España se hace una obra pública y, después de la consabida entrega de medallas, parece que se acabó el mundo. Pues no, las obras públicas hay que conservarlas, cuidarlas y vigilarlas. Deberíamos aprender de esa Francia canalla que se esconde detrás de unos guiñoles para echar por tierra los éxitos del vecino pobre. Porque esa Francia tiene también grandes cosas. Sus carreteras, por ejemplo. «¡Aux armes, citoyens!».