La Franca (Ribadedeva),

Patricia MARTÍNEZ

Tiene el don de agradar y disgustar en extremo, la capacidad de alertar de un peligro y es uno de los sentidos más primitivos e inconscientes del ser humano. El olfato protagoniza estos días las IV Jornadas de la Red Olfativa Española, que han reunido a más de cincuenta investigadores en un hotel de la playa de La Franca, en el concejo de Ribadedeva. Provienen de diferentes campos en los que el sentido olfativo interviene y analizan tanto sus características biológicas como sus posibilidades artificiales. Lo hacen gracias al Ministerio de Economía y Competitividad, de la Sociedad Española de Neurociencia, y de la revista «Anatomical Record», en un evento con participación de la Universidad de Oviedo.

Esther Alcorta es profesora de Genética en el centro asturiano y describe, por ejemplo, la labor de quienes trabajan en narices electrónicas, que «utilizan las ideas de los modelos biológicos» y emplean sensores químicos. Estos dispositivos se suelen usar para detectar la presencia de gases, de la misma forma que los mineros llevaban canarios enjaulados para detectar el grisú, pero con más rapidez. Se utilizan, por ejemplo, «para detectar maduración de productos, frutas, jamones, aceites y se intenta para vinos», explica Alcorta antes de añadir que «las narices humanas son mucho más efectivas». De las que tienen vida, ninguna puede luchar contra el paso del tiempo, por lo que la electrónica es «más constante» e invariable con el envejecimiento o las enfermedades.

A los investigadores olfativos también les interesan los insectos, pues dan idea de cómo es el sistema de procesamiento nervioso más simple -tienen menos neuronas- pero también porque es uno de los sentidos más importantes para su supervivencia. Alcorta apunta que, «a veces, su búsqueda de alimento nos perjudica, por ejemplo en las plagas de los cultivos o cuando los mosquitos pican a los seres humanos» y algunas formas de luchar contra estas plagas interfieren en el sentido del olfato.

Cómo olemos, por qué olemos o qué influencia tienen los olores en el cerebro son sólo algunas cuestiones abordadas por profesores y jóvenes investigadores, en los que la organización se ha querido centrar especialmente. En chicos como Jorge García Marqués, que investiga en el Instituto Cajal de Madrid y ha estado en las jornadas desde su creación, al igual que el canario Jacob Riverón. Este joven también es un asiduo del congreso olfativo y de la región, pues se doctoró en la Universidad de Oviedo y ahora trabaja en la Liverpool School of Tropical Medicine. A Cecilia Pardo, que vino desde Valencia por primera vez, la experiencia le ha parecido «muy interesante, porque muestra un abanico muy amplio de formas de estudiar el olfato».