Alguien que anda por ahí nos ha metido en un bucle. Las entidades públicas, empeñadas hasta el occipucio tras haber solicitado los políticos créditos sin ton ni son para amarrar votos y perpetuarse en el poder, se ven obligadas a acometer una drástica reducción del gasto y a rebajar al máximo sus presupuestos (Ribadedeva lo hizo ayer en un cuarenta por ciento). Ello supone, por ejemplo, la disminución de las nóminas del personal, la rescisión de contratos a empresas externas y la práctica paralización de la inversión. El dinero deja así de fluir y el consumo se detiene, lo que se traduce en graves afecciones en el tejido empresarial y en más paro, con lo que las entidades públicas tendrán aún menos ingresos. Y vuelta a empezar. Entretanto, la banca no sólo no concede créditos, sino que exige dinero público -del pueblo- para salvarse de una quema que ella misma avivó. El país de las maravillas que algunos iluminados prometieron construir subastando deuda pública se ha ido al garete. Toca resistir.