Borines (Piloña),

Lucas BLANCO

Difícilmente el cirujano de la localidad piloñesa de Vallobal que descubrió allá por el año 1855 la existencia del manantial «La Victoria» en Borines podría creer que siglo y medio después, éste continuase reportando beneficios a la zona. Aún así, el hallazgo prometía tener futuro una vez que comenzaron a observarse la casi infabilidad de sus aguas como solución para las cicatrices o enfermedades de la piel como la soriasis.

Fue por ello que tan sólo dieciocho años después el Boletín Oficial del Estado declarase «Agua Mineromedicinal de Utilidad Pública» a la extraída del acuífero piloñés, se comenzó a llamar la atención de todos los profesionales médicos de la época que solían visitar con frecuencia la zona para aprovecharse de sus propiedades.

Sánchez Zarabozo, quién fuera Alcalde de Piloña a finales del siglo XIX, adquirió el manantial con vistas a la construcción de una casa de baños, pero esta no se haría realidad hasta después de la compra del mismo por parte de los hermanos Serafín y Lázaro Ballesteros allá por 1890, quienes aprovecharon la llegada del ferrocarril para inaugurar un gran balneario dos años después que atrajo a buena parte de la alta sociedad de entonces.

Entre los visitantes ilustres que pasaron por el fastuoso edificio se encuentran nombres como Práxedes Mateo Sagasta, que fuera presidente del Gobierno de España durante la etapa de la restauración, el músico Miguel Hilarión Eslava, el literato Vital Aza o nobles como el Marqués de Canillejas o el Conde de Revillagigedo.

Todos ellos disfrutaron no sólo de los baños calientes en sus prestigiosas aguas, sino que también participaron en los numerosos festejos de un complejo de ocio en el que los visitantes llegados de todo el país pernoctaban en sus 58 habitaciones y disfrutaban de los bailes organizados en un gran salón de la segunda planta.

Sin embargo, la proliferación de otros atractivos turísticos, la crisis provocada por la I Guerra Mundial y la relativa lejanía de Borines respecto a los principales núcleos de población, llevó a los propietarios a cerrar las puertas del balneario en 1920 y dedicar enteramente sus instalaciones al embotellado de agua con gas para su venta primeramente en las farmacias con envases de diferente capacidad fabricados con la técnica del vidrio soplado.

A partir de entonces, la planta embotelladora inició su actividad que continúa a día de hoy, con constantes cambios tanto de formato de botella como de avances de producción con el paso de los años. Especialmente reseñable fue el papel del indiano retornado Félix González Madera, que adquirió al planta en los años sesenta e introdujo las técnicas de marketing, hasta la fecha inexistentes en el país, para vender el Agua de Borines.

No fue hasta 1976 cuando se constituyó Agua de Borines S.A. y pasó a manos de numerosos socios en su mayoría del concejo de Piloña, garantizando la actividad que desde hace dos años es gestionada por la familia Cepeda. «Es destacable que la planta siempre fuese regida por capital asturiano», señala el actual director comercial, Emilio Boto, mientras muestra los modelos antiguos de botellas expuestas en el viejo balneario.

Según Boto, los Cepeda aportaron un nuevo impulso a la planta, dirigiéndose al mercado de la hostelería y la restauración tanto regional, en la que ocupa una alta cuota de mercado como a nivel nacional, dónde ya es comercializada en el País Vasco, Madrid y Castilla y León e intenta adentrarse en nuevos mercados denominados «premium» o «delicatessen» a través de nuevas tecnologías como internet.

Gracias al prestigio adquirido en todo este tiempo, la compañía dirigida por los Cepeda puede presumir de mantener un alto nivel de producción a través de sus doce empleados una moderna maquinaria que se encarga del embotellado, etiquetado y distribución de botellas de tres capacidades distintas de 75, 33 y 25 centilitros.