Los archivos eclesiales -a pesar de siglos de revoluciones, guerras, traslados, pérdidas y abandono- aún conservan buena parte de la historia local de casi los últimos cuatro siglos. Santa María de Fíos, desde 1623, y San Miguel de Cofiño, desde 1636, son las parroquias que protegieron los más antiguos libros de bautismos que se conservan en nuestro concejo de Parres. No es el caso del Registro Civil, puesto que, en toda España, no fueron obligatorios los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones hasta el año 1871.

Hoy buscamos datos sobre un niño nacido en el pueblo de Pandiello, Cofiño. ¿Por qué? Pues porque si él fue un personaje con mérito dentro del mundo militar, mucho más lo fue su hijo, dentro de la esfera de la arquitectura española.

Así, encontramos el siguiente registro: «En el día Nueve de Henero del año mil ochocientos y cinco, Bernardo Cofiño presvítero bautizó de orden del infraescrito en una de esta parroquia de Cofiño, a un niño que nació en otro día y se le puso por nombre Cosme, hijo legítimo de Cosme Fernández y de María de Vega Prieto?». Este es el inicio del registro de bautismo que hoy, más de dos siglos después, traemos a esta tribuna de papel. Vemos como aún enero se escribía con «h», entre otros detalles. El padre del bautizado era natural de Cereceda y su madre de Cofiño.

Aquel niño cursó sus primeras letras en la escuela unitaria de su pequeño pueblo y, llegada la hora de cumplir el servicio militar, salió de Pandiello, fue sorteado en Arriondas, capital del concejo de Parres, el 27 de abril de 1827, como tantos otros, y, dice su ficha: «?soltero, pelo castaño, ojos azules, nariz regular, barba lampiña, oficio labrador, fue entregado al oficial que recibe los quintos, el 1.º de julio del mismo año, para servir a S. M. el tiempo de seis años, como "soldado quinto". Sirvió primero a Fernando VII; a la Reina Regente, después, y a Isabel II, al final. Participó en la I Guerra Carlista y se encontró entre absolutistas y liberales.

Concluido el tiempo del servicio militar, Cosme Fernández y de Vega decidió no regresar a Pandiello y se quedó en la milicia para el resto de sus días. Su sentido de la disciplina y del recto proceder le empujó en los ascensos. Veamos su hoja de servicios del Regimiento de Infantería de España nº 30, repetida y ampliada en el Regimiento de Infantería de Navarra nº 25:

«1.º de julio de 1828, cabo 2.º por elección; sólo un mes después, cabo 1.º por elección; el 15 de agosto de 1830, sargento 2.º; y de esta forma llegó a sargento 1.º en 1836. Por méritos de guerra le dieron el grado de subteniente un año después y el de teniente -por antigüedad- en 1839. El 30 de junio de 1843 es ascendido a capitán. Y en julio de 1854, con 49 años de edad, promocionó a comandante».

Ya es hora de que le dejemos hablar:

-PREGUNTA: Excelentísimo Señor -como usted mismo suele firmar-, viéndole con todos esos diplomas, medallas, cruces y distinciones, cualquier vecino del concejo donde nació dirá que fue un verdadero acierto enrolarse en la vida militar. ¿Ha sido tan fácil como parece?

-RESPUESTA: Mi intención era fundar una familia y dar estudios a mis hijos, si los tenía, y era consciente de que en mi querido pueblo de Pandiello no sería fácil. Hubo un tiempo en que estuve decidido en emigrar a México, pero, en 1821, aquel tránsito violento de virreinato a nación independiente, de la que había sido Nueva España, me hizo meditar y decidí quedarme. Mejor ser súbdito de la Corona aquí que extranjero en aquel nuevo país.

-P: Pero en los detallados documentos que se guardan en los regimientos por donde usted pasó, especialmente en el Archivo General Militar de Segovia, se recoge que le encomendaron decenas de misiones muy arriesgadas.

-R: Así es. Aquellos convulsos años de la historia de España los viví en primera línea: Burgos, Navarra, Guipúzcoa, Valladolid, Aragón, Toledo, Galicia, las dos Castillas? aquí defendiendo, allá sofocando rebeliones, la más de las veces pasando penalidades; una «pesadilla consentida», diría yo. Menos mal que mi esposa Juana Casanova me ayudó mucho; fue siempre paciente, gran mujer y mejor madre.

-P: Se le concedieron, entre otras muchas condecoraciones, la de Caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la de Caballero de la Orden de Isabel la Católica. Pero, en su trayectoria militar, hay dos episodios, sin duda amargos, que le habrán desencantado bastante. Debería contarlos a nuestros lectores, para que tengan una visión completa de su persona.

-R: Sí, fueron cuestiones ingratas. Supongo que se refiere usted a cuando me retuvieron el ascenso a capitán, por considerarme de «opinión progresista», según dijeron. Me lo comunicó el Capitán General de Navarra y el ascenso me fue negado por el Ministro de la Guerra, Francisco de Paula de Higueras. Habrá visto mis solicitudes, implorando justicia, siempre de una forma enérgica, pero cortés. Ya ve que se me obligó a tomar el retiro forzoso, con 50 años, sin tener presente la agilidad y robustez de la que en aquel momento disfrutaba.

-P: En ese largo documento de tres folios que usted dirige al Capitán General de los Ejércitos, narra un confuso hecho ocurrido hallándose usted de guardia, ya como comandante, en el castillo de Figueras (el monumento de mayores dimensiones de Cataluña y una de las mejores fortificaciones del mundo). ¿Qué pasó, realmente?

-R: Pues que seis o siete de los llamados «nacionales», que huían hacia Francia, fueron presos en la frontera por un oficial de carabineros del reino y llevados ante mí al citado castillo. Los vi tan fatigados y atribulados que les procuré algo de alivio a su penalidad y les permití hablar con varios vecinos, los cuales deseaban proporcionarles alimento y cama. Pero, justamente en ese momento, llegó el brigadier gobernador.

-P: ¿Cómo reaccionó ante su gesto de humanidad?

-R: Me reprendió agriamente y me amenazó con arrestarme. El caso es que, poco tiempo después, me anunciaron el retiro obligatorio. Bien lamento no haber conservado la lista de los citados presos para llamarlos a declarar, aunque uno de ellos me acuerdo que era Diputado Provincial por la villa de Olot.

-P: Parece que hubo otro tipo de sanciones.

-R: Efectivamente, tuve que hacer frente a la arbitrariedad del jefe del Negociado de Retiros de la Dirección General del Ministerio, puesto que, después de haber servido a España durante 36 años, a veces en muy duras condiciones y en múltiples destinos, al final me restaron dos años en el cómputo total para el retiro. ¡Ah! y pretendían que regresase a Asturias, a mi pueblo natal de Pandiello. Pero mi esposa y mi hijo se merecían una vida con mejores condiciones. Piense que, desde el 28 de octubre de 1856, me dieron de baja en el Regimiento de Infantería Navarra, con un sueldo mensual de 675 reales de vellón, según el Tribunal Supremo de Guerra y Marina. Al final atendieron mi petición y, en vez de regresar al concejo de Parres, aceptaron enviarme a Valladolid.

-P: Entretanto, su único hijo, Adolfo Fernández Casanova, nacido en Pamplona -uno de los destinos que usted tuvo- el 14 de enero de 1844, cuando usted acababa de cumplir los 39 años, vino a enjugar los sinsabores que la milicia le dejó en algunos momentos. Porque usted vio desarrollarse en aquel chico el fruto del trabajo, la dedicación y los sacrificios de toda una vida. Adolfo fue uno de los grandes arquitectos de su tiempo. Haga un resumen de esos años de felicidad familiar que vinieron a llenar otros pasados en la incertidumbre y el desasosiego.

-R: Mi hijo, antes de cumplir los 20 años, ejerció de maestro de obras en las del ferrocarril de Palencia a León y fue ayudante del arquitecto provincial de Valladolid. Entre los 19 y los 27 fue ayudante del arquitecto municipal de Madrid, don Tomás Aranguren. Siendo ya arquitecto, en 1871, lo fue de Alcalá de Henares, dos años, y cuatro más, de la provincia de Valladolid. Obtuvo por oposición la cátedra de Perspectiva, Sombras y Estereotomía (diseño y colocación de las piezas en sistemas constructivos) de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Esa cátedra la retuvo durante 37 años. Ocho años residió en la ciudad de Sevilla, como director de las obras de restauración de la Catedral Hispalense y de su famosa Giralda.

-P: Pero su residencia habitual estaba en Madrid, donde usted y su esposa vivían con Adolfo y Saturnina, su cónyuge.

-R: Nuestro domicilio estaba en la calle La Espada, nº 11. En una ocasión, huyendo de los rigores del verano madrileño, regresamos a Asturias. Quería que mi hijo conociese la tierra donde nací y la familia que aún nos quedaba, tanto en mi pueblo natal y el de mi madre, como en Cereceda, que lo era de mi padre. ¡Qué durísimo viaje desde Madrid! Por cierto, que -cuando llegamos a Oviedo- a mi hijo le llamó mucho la atención el acueducto que llamaban Los Pilares. Aquellos casi 400 metros de longitud y 41 arcos que llevaban el agua hasta la Puerta Nueva de la ciudad desde Ules, Fitoria y Naranco ¿se conserva aún?

-P: Siento decirle que no. Actualmente quedan en pie cinco arcos, de milagro. Después de más de 300 años de uso, les pareció inútil y obsoleto. Pero a su hijo, de alguna forma le impactó, porque he visto que en el «Boletín de la Real Academia de la Historia», en el tomo LXVI, hay un trabajo suyo sobre el acueducto ovetense de Los Pilares. Como esta entrevista está fuera del contexto que marcaría la lógica del tiempo, puede usted concluirla con la recreación de otras compensaciones que su hijo le proporcionó.

-R: Muy gustosamente le haré un resumen. Fue nombrado vocal en varias juntas de urbanización y obras, del Ministerio de la Gobernación; inspector de zona; académico en Valladolid, en la Real Academia de Artes de San Fernando, en la Real Sevillana de Buenas Letras, así como Académico de Honor de la Real Academia de la Historia. Tres años le llevó hacer el Catálogo monumental de la provincia de Sevilla. Las recompensas, condecoraciones y honores fueron muchos más que los que yo tuve en mi vida militar. Le citaré sólo dos: Placa de Comendador de Isabel la Católica y Gran Cruz de la Orden de Alfonso XII. Se habrá encontrado usted con muchos trabajos y estudios suyos sobre catedrales e iglesias de todo el país. En 1911 se le encargó un estudio sobre el estado de las fortificaciones y castillos de toda España. En nuestra querida Asturias trabajó sobre la torre de San Juan de Nieva, en Avilés, y sobre el castillo de San Martín, en Soto del Barco; por aquí andan los planos de ambos. En fin, que este hijo de labradores afincados allá en los confines de España, porque Cofiño significa eso, ¿no?, «confiniu» o confín, piensa que la vida ha sido muy generosa con él. Ya ve usted, quién me iba a decir que un día regresaría mi memoria y la de mi familia a los lugares en los que, hace más de dos siglos, vi la luz y -acertadamente- decidí abandonar en busca de nuevos horizontes y experiencias. -----------------------------------

Desconocemos la fecha exacta del fallecimiento de don Cosme Fernández de la Vega. Su esposa, Juana Casanova, falleció en 1887, después que él. Era natural de Puerto Cabello, en Venezuela.

Su hijo, don Adolfo Pablo Fernández Casanova, ya viudo de doña Saturnina de Torre y Saldaña, falleció en Madrid el 11 de agosto de 1915, sin dejar descendencia directa. En su esquela se menciona expresamente a su sobrina doña Sofía Dalda. En aquellos mismos días Oviedo derribaba su acueducto de Los Pilares, una de las señas de su identidad.

Gracias a uno de los descendientes de doña Sofía Dalda, don José María Dalda, minucioso investigador, este cronista ha podido redactar -de forma muy resumida- todo cuanto el lector ha podido saber sobre uno de los vecinos de nuestro concejo de Parres y su familia.

No hay palabras suficientes para agradecer al señor Dalda el gesto de poner a mi disposición la abundantísima documentación de la que es poseedor.