Sólo después de la lectura del libro «Joaquín Ortiz, un arquitecto racionalista», publicado por Hércules Astur, comprendí la pasión que se desprendían de las palabras con que su autor, Higinio del Río, me había hablado de él, y entonces fui consciente de la importancia que la obra de Joaquín Ortiz García tuvo para la introducción del racionalismo arquitectónico en Asturias. Pero no sólo por eso, sino también por la coherencia política y ética de la actuación pública del personaje, que tuvo un importante reflejo también en su propia obra arquitectónica.

En España, el género biográfico no ha gozado nunca de gran desarrollo y no ha dado tampoco grandes obras. Lo dominante han sido las autobiografías y las memorias políticas con todos los sesgos justificadores de que suelen adolecer y los que se derivan de la búsqueda, en muchos casos, de la rentabilidad crematística que conllevan. Una buena biografía, como ésas a las que nos tiene acostumbrados la historiografía británica, no sólo debe ser un centón de datos, sino que tiene que tratar de explicar al biografiado en su contexto y, aun más, debe incluso proporcionarnos una visión, en lo posible, del tiempo histórico en que se ha movido la vida del biografiado.

La biografía de Higinio del Río sobre Ortiz tiene mucho de ambas cosas. Coloca a su biografiado y su obra en los años treinta y nos hace un retrato de la vida cotidiana y la vida política y social de la época, contexto desde el que podemos realmente entender su obra y al personaje, cuyos trabajos arquitectónicos reflejan la matizada realidad social y política del la villa y el concejo, del Llanes sacudido entonces por el acelerado y convulso cambio histórico de la II República y la Guerra Civil. Está claro que Higinio no ha tratado únicamente de presentarnos al arquitecto y su obra, sino también de mostrarnos al personaje en su dimensión total: profesional, humana y política. Sin esas dos referencias últimas, no podría entenderse de manera coherente su obra arquitectónica.

Joaquín Ortiz fue una persona de ideas socialistas, vinculado a la UGT y cofundador del PSOE en Llanes. Perteneciente a la masonería, apoyó activamente las reformas del primer bienio republicano, como demuestra su participación en el programa de construcción de escuelas en el concejo o su participación altruista en la enseñanza de adultos en el Círculo Republicano. Se tiene que exiliar a Francia durante la Revolución de 1934 y a su vuelta realiza durante la guerra una importante labor en la construcción de las defensas de Llanes y del frente asturiano, además de diseñar el hangar del aeródromo de Cue, una de sus obras más originales. En 1937, con la caída de Asturias en manos de los sublevados, se exilió a Santo Domingo y después a Venezuela, donde realizó también una notable labor arquitectónica. Y tras cuarenta años de exilio con la vista puesta en España, en 1977 vuelve a Asturias, donde termina su vida sin apenas reconocimiento y casi en el anonimato. Joaquín Ortiz es, sin duda, un personaje representativo de tantos y tantos republicanos que nutrieron la España del exilio y a los que la etapa democrática no ha tratado con el reconocimiento y la consideración que debiera. Quizá como consecuencia del pacto de silencio con que se llevó a cabo la Transición en este país. Por ello, esta biografía de Higinio es también, a mi entender, un acto de verdadera justicia histórica.

Ortiz era, como decía el título de la obra de Pirandello, un personaje en busca de autor. Y, desde luego y no por casualidad, encontró al más idóneo para reconstruir su vida y su obra. Procedente del campo del periodismo cultural, Higinio del Río ha sido siempre un gran interesado y profundo conocedor de todo lo referente al floreciente mundo cultural de la República de Weimar, que fue el caldo de cultivo para aquel experimento arquitectónico de la Bauhaus, fuente inspiradora de la obra de Ortiz. Además, ha estado relacionado desde el principio de su carrera profesional con el mundo del arte y la arquitectura, como redactor jefe que ha sido de la revista «Crítica de Arte». Nadie mejor que él como conocedor de la gran y pequeña historia de Llanes, que era necesario dominar para poder realizar esta excelente y necesaria biografía de Joaquín Ortiz.