Como ciudadano de a pie del común de los mortales al que pertenezco, pero ferviente adepto y admirador de la convivencia pacífica que durante más de treinta años ha estado reinando entre todos los españoles, gracias a la unificadora Carta Magna, creada con tanta sagacidad y talante por sus progenitores políticos, allá por los años 78-79, empezamos a preguntarnos, con mucho recelo e inquietud, si no estaremos asistiendo, hoy día, a una especie de disolución larvada del contenido sustancial de la Constitución que con tanta fuerza esperanzadora reunió a todos los españoles, no solamente en un mismo sentir, sino también en un mismo entendimiento, compartidos por todas las ideologías políticas y doctrinales del momento, y, por encima de todo, en esa misma libertad de acción y de pensamiento que tanto anhelaban alcanzar los ciudadanos del posfranquismo.

Que las Autonomías establecidas por la Constitución quieran lo mejor para cada una de ellas, es lógico y alentador para la prosperidad solidaria de todos. Pero que un puñado de presidentes y sus acólitos quieran jugar a ser reyezuelos en el Estado español, apropiándose ¡por ley! De toda una comunidad, so pretexto que han sido elegidos en las urnas, conservando, claro está, los privilegios, prebendas y suntuosos salarios que la función les otorga: ¿no es una tremenda traición a nuestra joven y democrática Constitución como al juramento que ellos mismos prestaron de respetarla y salvaguardarla el día de su elección? La España, que hasta ahora era de todos, (se trata de una triste constatación), se está desmoronando como un polvorón. Señores, España se quiebra. Su unidad está sajándose como rodajas de melón para gusto y agrado de unos pocos partidos independentistas, muy bien instalados en el poder, gracias a la prepotencia, cada día más descarada, de los poderes judiciales, sociales y políticos que les apoyan, y alentados a veces ¿cómo no? por el mismísimo Gobierno Central que los necesita para apoyos eventuales de gobierno. Pero hay rajas y rajas: Cataluña se lleva la más gruesa y la más jugosa y todavía quiere más... Otras rajas más finas, (tiempo al tiempo), irán a parar al País Vasco, a Andalucía... ¿Y para Asturias? Tal y como se encuentra actualmente nuestra Autonomía, regida por un gobierno tripartito de coalición: PSOE-IU-UPYD, sin peso político, sin un rumbo bien definido y con muy pocas probabilidades de poder salvar una industria y una prosperidad cada día más a la deriva, tendrá que contentarse con poco más de la corteza, ya chupada, de alguna que otra raja de melón que sobre del reparto de los grandes para humillación y deterioro del empleo y de su economía en general.

Para colmo, si echamos una ojeada por las cloacas de los partidos, no hay uno solo que se salve de la corrupción. Desde luego que todos los políticos no son corruptos... ¡pero son tantos los que cada día emergen de las tinieblas en las que trajinaban sus sucios negocios a la luz de la justicia! Y que no nos vengan "con el tú más".

Que a nadie se le ocurra tirar la primera piedra y esconder la mano, porque la lista de malversaciones que les incumben mutuamente es larguísima. No es de extrañar que el ciudadano esté harto, no solamente de soportar las desastrosas consecuencias de semejantes actos delictivos, sino también de tener que rascarse los bolsillos, hasta el último céntimo, sufriendo los impuestos de toda índole que le están cayendo sobre su congelado y restringido salario. Y ¿para qué? ¿Para seguir pagando el derroche, venga de donde venga, la desmesurada ambición y los sillones dorados de estos señores, cuya prepotencia es, como todo el mundo sabe, la hermana gemela de la incompetencia y del abuso? ¿Hasta cuando van a soportar los ciudadanos semejante situación?

No cabe en la cabeza del sentido común (si todavía existe), tras más de treinta años de unión pacífica, de respeto a todas las ideas políticas y doctrinales, que se dé vuelta a la Constitución, como si de una tortilla a la española se tratara, para volver a empezar lo que ya se logró en la paz y la comunión de todos. Si cada gobierno autonómico, recién electo, cocina la tortilla a su gusto, sin contar con todos los ciudadanos, ¿a dónde vamos? ¿A la manifestación permanente de intereses y ambiciones partidistas de unos pocos? ¿A la implantación de nuevas doctrinas e ideologías partidistas por encima de los ciudadanos, saltando alegremente de una legislatura a otra, pero cuyos objetivos inconfesables comprometen, grave e irreversiblemente, la formidable convivencia entre «todos» los españoles que con tanto fervor y esperanza supieron conquistar a través de las vicisitudes dramáticas de la Historia que todos conocemos?

Nuestra sociedad, nuestra clase política, nuestras instituciones y administraciones de todo género necesitan una regeneración total de los valores éticos, sociales y políticos (¡una profunda catarsis general!) en sus partidos y en sus miembros, antes de que esto termine estallando por algún lado. Si el Estado, con Ley en la mano y los derechos constitucionales por base, en vez de estar mirando para otro lado, no actúa firmemente para parar la hemorragia absolutista de estos independentistas desenfrenados que sólo buscan el poder huyendo de sus responsabilidades hacia la Nación española, entonces, sí que podremos decir: ¡Adiós, Democracia, adiós...!