Arriondas (Parres),

Patricia MARTÍNEZ

Basilio Aramburu llegó a Arriondas el 1 de enero de 1952 y paró en el bar La Xunca, entonces bar de Gómez. Iba a hacerse cargo del llagar de Nico, construido en 1890, y a la media hora ya era miembro de la sociedad La Peruyal.

El edificio es uno de los más antiguos de la región, y Aramburu se puso al frente sabiendo más de herrar caballos que de procesar manzanas. Él era la cuarta generación de una familia de herradores natural de la localidad de Robriguero, en Peñamellera Baja, y cambió de oficio porque el de la sidra le parecía «más negocio».

No sabía hacerla pero le gustaba mucho beberla, ya de chaval, aunque puede presumir de haberse embriagado una sola vez en su vida. «Era un niño y estaban haciendo orujo en Cabezón de Liébana, en Cantabria. No tomé ni media copa y cuando me puse a levantarme no podía», rememora Aramburu antes de revelar su secreto con la ingesta moderada de sidra: «Siempre me organicé bien».

Los comienzos fueron duros, aunque contó con toda la ayuda de Pancho, el hombre de Cofiño que le vendió el llagar con «muchas facilidades de pago». Tantas, que durante los dos primeros años no entregó ni una peseta y luego fue devolviendo su deuda poco a poco.

Los secretos de la elaboración sidrera se los desveló la experiencia y algunos de sus amigos, como los productores de Sidra Mestas, en el concejo de Piloña. Un trabajo incansable, «a veces de 24 horas, de día y de noche», recuerda, le llevó a ganar el premio a la mejor sidra de Asturias en Villaviciosa en 1987 y a colocar «Sidra Basilio» entre los productores referentes de la comarca.

Tres de sus cinco hijos continúan hoy con el negocio y «hacen buena sidra», evalúa el patriarca, quien todos los domingos se toma un «culín» y destaca que Asturias es el lugar «donde menos problemas de riñón hay» por su consumo.

A principios de los años ochenta cambiaron los toneles de madera por los de fibra, con los que aún trabajan, pues el primer material «es más caro que el acero inoxidable», subraya César Aramburu, uno de los productores. En el llagar conservan los antiguos, que no utilizan «porque interfieren en el sabor».

Los tienen «por romanticismo» y no descartan, en un futuro, devolver al local uno de sus usos originales, la celebración de espichas. Fue en la época anterior a Basilio y a César le contaron que «estaban igual dos días» de fiesta y rodeados de sidra. De aquella aún no existían las botellas y la bebida se tomaba directamente del tonel a través de la «espicha» -un agujero hecho en la madera- bien en el llagar o en la romería, adonde no imagina cómo podían transportar los enormes recipientes.

Éstos y otros apuntes de la cultura y la historia sidreras son los que se llevan los visitantes del llagar parragués, a quienes otro de los hermanos, Miguel Aramburu, recuerda que el edificio «es más antiguo que la Basílica de Covadonga». El lagarero resalta las «condiciones bioclimáticas naturales» del espacio, construido de forma que mantiene la temperatura idónea para la fermentación. El aire caliente es expulsado hacia afuera a través del tejado, que Miguel compara con «una vidriera de gótico industrial».

No sabe con precisión qué lugar ocupa el llagar entre los más antiguos de Asturias, pero sí recalca que, «en términos industriales, vivo, latente y de esta envergadura, no hay otro». Salvo una viga que se rompió, la familia no ha tocado la estructura original de finales del siglo XIX y el espacio conserva un encanto irrepetible.

Enseñan el llagar y producen unos 100.000 litros de sidra anuales, cantidad que este año no alcanzarán y que pueden llegar a duplicar. «Es más fácil hacerlo que venderlo», subraya César Aramburu, para quien los llagares grandes tienen un «producto muy competitivo» en la relación calidad-precio y a veces hecho con manzana de fuera. La sidra Basilio se elabora con el fruto de Parres y concejos limítrofes como Onís, Cangas, Ponga y Piloña. Venden en la comarca oriental, sobre todo, y puntualmente en las zonas centro y occidente de la región. Como todo en estos tiempos, están afectados por la crisis económica e insertados en la cadena del turismo. «Se notó que en Semana Santa aflojaron mucho las ventas, la sidra es prescindible para los turistas», apunta César Aramburu.

Claro que su padre vivió momentos mucho más difíciles y tuvo que enfrentar problemas financieros, la falta de medios y las modas en el beber, como la de los «cubalibres» y otros combinados en la década de los cincuenta. «Fue una época muy mala, en la que menguó la venta bastante», relata uno de los herederos.

Pero el esfuerzo y el gusto por el trabajo llevaron a Basilio Aramburu a producir hasta 225.000 litros anuales de una sidra muy elogiada y que se vendía muy bien. El emprendedor se jubiló a los 65 años, pero siguió vinculado al mundo sidrero mucho tiempo después. «Siempre fue muy de la gente y de relacionarse en las sidrerías», explican sus hijos.

La enfermedad le impide hacerlo ahora, a los 91 años, pero observa el llagar desde la ventana de su casa y conserva un sentido del humor de los que harían firmar a cualquiera. Conoce infinidad de chistes y los comparte con una carcajada inmediata mientras ojea en LA NUEVA ESPAÑA su sección favorita, «las verdades», como llama Basilio Aramburu a las esquelas.