A los llaniscos, en aquellas verbenas de los años setenta, los sones más exóticos nos los pegaba al oído la Orquesta «Cubanacán», que era de Torrelavega. Entre sus componentes, todos con pajarita y chaqueta refulgente, como de big-band de Cugat, recordamos al cantante, Miguel San Emeterio, que después de «Cartagenera morena», siempre daba paso a una samba para bailar «a lo agarrao». Aquel mundo caribeño y tropical, intuido junto al puesto de churros de Dorila, ilustró los primeros enamoramientos de la adolescencia y luego desapareció de repente de nuestras vidas. Hasta que surgió Vaudí Cavalcanti, músico, cantante, arreglista y compositor.

El reencuentro al aire libre con los ritmos (y biorritmos) de Brasil se produjo en agosto de 1998 en el Tendedero de redes. Era la primera vez que asistíamos a un concierto de Vaudí, entonces al frente del grupo «Pez Globo» (entre cuyos integrantes figuraba el guitarrista llanisco Juan Florenti), y aquello nos renovó sensaciones ya lejanas y casi olvidadas. Para entonces ya llevaba Vaudí unos años establecido en Asturias, resuelto a abrir en la música asturiana la senda del mestizaje. Vino luego a Llanes en más ocasiones, llenó de batucada las calles, rindió homenaje a Roberto Carlos y celebró aquí con júbilo las dos décadas que lleva viviendo en la región asturiana. El talento que atesora engancha, y por eso sus seguidores -entre los que nos encontramos Walter Tomaselli y yo- vamos a escucharlo a donde sea, siempre que podemos. En una de ésas actuó junto a Isaac Turienzo en el Centro Valey de Piedras Blancas, y aún nos conmueve en lo más hondo el recuerdo de aquella memorable actuación, en la que, casi al final, dedicó la canción «Lady Laura» a la dama llanisca Pilar Pérez Bernot, que acababa de fallecer.

Vaudí (Recife, Pernambuco, Brasil, 1962), que en su país de origen formó parte de numerosos grupos (como cantante, guitarrista y percusionista), es un luchador contra el pesimismo y contra la mediocridad. «Algo de Brasil» (2000), «Agua de mar» (2004), «Viaje» (2007), «Brasileirando» (2008, éste, grabado en Brasil, con la colaboración de Armandinho Macedo y Luiz Caldas) y «Lady Marília» (2009) son algunos de los discos que tiene editados.

Contra los aguafiestas y los mediocres, contra la desesperanza y la golfería, ya digo, está él, postulándose sin pretenderlo como un caso representativo de lo que puede hacer un artista en estos tiempos revueltos. A ver: ¿qué papel cabe interpretar a los artistas cuando todo se derrumba, cuando los poderosos cuestionan las conquistan sociales y buscan rentabilidad económica en cualquier rincón? De momento, nada ni nadie logra progresos en la lucha contra la crisis global en el plano económico, pero, de momento también -si hablamos de actitudes, de ilusiones, de esperanzas, de honestidad, de creatividad, de echarle ganas a la vida y de hacer más digna y llevadera la convivencia-, casi los únicos brotes verdes que se ven, pese a todo, están en el arte.

El genio y el ingenio se espolean, por lo común, cuando las cosas van de mal en peor; pero a los que dirigen el cotarro, a los políticos, en general, y a los banqueros y financieros -tan cuestionados ahora, tan anegados en la desesperación de la gente, tan atrincherados entre las cifras del paro y las corrupciones destapadas o por destapar-, no parece espolearles nada. En Europa, jamás de los jamases se les exigió la regeneración ética con la vehemencia y con la rabia con la que se les exige hoy. Siguen sin aclararse y dando palos de ciego en medio del desasosiego general, en tanto que los artistas, entre bastidores, haga frío o haga calor, crean arte sin cesar y nos hacen la vida más soportable. De esta obviedad es un botón de muestra Vaudí.