Mucha paciencia y mucho amor por la profesión. Son los dos ingredientes básicos -además de los conocimientos- para el estudio de los organismos que habitaron Asturias hace 150 millones de años y así lo comprobaron las casi treinta personas que ayer participaron en la visita por las entrañas científicas del Museo del Jurásico, en Colunga.

De la mano de los investigadores José Ignacio Ruiz-Omeñaca y Laura Piñuela, los visitantes tuvieron la oportunidad de ver de cerca un trabajo poco visible si no es en una jornada de este tipo, incluida en la Semana de la Ciencia. Piñuela arrancó su recorrido en los acantilados, de donde extraen el material que luego estudian y exponen. Dependen del tiempo meteorológico y de las mareas, que "en años buenos" les suelen dejar trabajar "entre sesenta y setenta días", explicó.

La científica señaló que se trata de zonas "poco accesibles", a las que se suele bajar por senderos únicamente empleados por pescadores, y destacó cómo notan "el bajón de la ganadería, porque todos los praos cercanos a los acantilados se están cerrando, llenos de matorrales". Raro es el día en que los dos investigadores, más el director científico del museo, José Carlos García-Ramos, bajan a los acantilados y no obtienen algo, ya que los comprendidos entre Gijón y Ribadesella son los acantilados de Asturias que más se mueven. Al moverse y desprenderse trozos de roca, dejan al descubierto fósiles y otros rastros que los ávidos geólogos siguen.

A veces son dinosaurios de grandes dimensiones y otras son unos parientes jurásicos de la arenícola marina, el gusano que se usa como cebo para pescar, que el equipo del Muja encontró. "Es la primera evidencia de estos gusanos a nivel mundial", destacó Laura Piñuela antes de añadir que sólo se sabe de los actuales y estos, que vivieron hace 152 millones de años. Son miles los fósiles que forman la colección del Muja -la tercera mejor del mundo- y que están almacenados, en su mayor parte, en la "litoteca", a la que los visitantes también tuvieron acceso. Allí pudieron ver y tocar huellas de estegosaurio y en otra sala conocieron al ictiosaurio -semejante a un delfín- ante el que Piñuela describió algunos aspectos más prácticos de su trabajo, como la delicada tarea de limpiar los huesos. Se sirven, sobre todo, de una aguja percutora, aunque en ocasiones son necesarios también la amoladora, el cincel y la sierra. A estos últimos recurren cuando se enfrentan a una pieza de las dimensiones de la que contiene a "Quintín", como fue bautizado el ornitópodo incrustado en un bloque de 2,6 toneladas para cuyo rescate fue necesaria la intervención de un helicóptero militar. "Muy bien, muy intersante", y "curiosa" fueron las impresiones más repetidas por los visitantes, venidos desde Madrid, Zaragoza y Bilbao, entre otros. El joven maño David Martín aseguró que "nunca había visto algo así" y Jenifer Tejerizo, de Bilbao, aseguró que "tiene su misterio". A su pareja, Endika García, le gustó especialmente la parte que desvela el trabajo científico.