Hay públicos que acaso pertenecen al territorio de la intemporalidad, instalados entre el recuerdo de vivencias imborrables y la contemplación serena del presente. Héctor Braga, que no conoció a "Los Panchines" porque es muy joven, se dio cuenta en seguida el otro día en Llanes de que tenía ante sí un público de esas características: una cualificada representación de comerciantes, pescaderas, tejeros, labradores, marineros, viudas de prolongada viudedad, ebanistas, chigreros, madres dolorosas... Un centenar de abuelos compartiendo el disfrute de su recital en la Residencia Faustino Sobrino. Viejas glorias, con mucha letra y música a las espaldas, que décadas atrás habían formado parte de la audiencia de "Los Panchines":

"La modista Encarnación díxo-y al mozu:

si no me caso esti añu,

cásome el otru, cásome el otru.

¡Ay las modistas,

que en el mundu enteru

no las hay más listas!".

Esto lo cantaba Panchín, el vocalista de la inolvidable orquestina local, que sabía llegar como nadie al corazón de la gente. Comunicarse de aquel modo está al alcance de muy pocos, y Héctor Braga, entre los artistas asturianos de la revuelta contemporaneidad, es uno de los que lo logran más fácilmente. Músico precoz (a los 6 años despuntaba en una rondalla, y apenas cumplidos los 20 compondría su primera obra sinfónica, "Alborada", retransmitida por RNE), creció empapándose de tonadas y tradiciones musicales.

Titulado superior en Violonchelo y Etnomusicología, canta y toca el arpa, la gaita, la zanfona y el violín. Ha puesto música a poemas del padre Galo, de Pin de Pría, de Caballero Bonald y de Pablo Ardisana, entre otros, y en breve lo hará también sobre la obra de Ángel de la Moría (hasta ahora, aunque parezca increíble, ningún músico asturiano había prestado atención al mejor de los poetas llaniscos). Es un músico de éxito, con muchos premios en su haber (en siete ocasiones seguidas fue nominado en los premios AMAS como mejor instrumentista de Asturias), pero lo del otro día en la Residencia Faustino Sobrino fue punto y aparte.

Viendo los rostros que seguían sin pestañear su actuación resultaban reconocibles hombres y mujeres que en sus años mozos habían bailado y tarareado las estrofas inventadas y cantadas por el incomparable Panchín, como aquella que decía así:

"Tienes el perejil secu,

riégalu Lola,

no vayas con los de Parres

al baile sola, al baile sola...".

"Yo soy oriundu de Jontoria, y os gustará saber que la famosa Delifa Berdial, la que llevó la voz cantante muchos años en los festivales folclóricos del bandu de San Roque, ¿os acordáis?, era familia mía", había indicado Héctor al iniciar a mediodía el recital, organizado por Rosi Bárbara, una de las residentes de la Faustino Sobrino.

El músico, que acudía a la cita sin cobrar un céntimo, interpretó de un tirón canciones de las que suenan a gloria bendita, como el "Romance de la cristiana cautiva", la "Niña de la arena" o "Madrugues tanto", y provocó un ambiente tan reconstituyente e intenso que inevitablemente se sobrepasó la hora de empezar a comer. Nadie se movía de sus asientos. Nadie miraba el reloj. Sor Carmen, esa valiosa mujer que tan eficazmente dirige la residencia, permanecía al quite para ordenar a las cuidadoras la marcha al comedor en cuanto fuera preciso, pero se notaba que la gente no tenía prisa, que estaba activada como si se hubieran recargado sus pilas, disfrutando de un espectáculo repleto de emociones. Con los andadores, los achaques y el reuma aparcados a un lado, la comida podía esperar. Y esperó, vaya si esperó.