Michael Fuerst (Hannover, 1947), que preside la comunidad hebrea de la Baja Sajonia, tiene algo de héroe moderno emparentado con el David del Libro de Samuel. Estuvo a punto de ir como voluntario a Israel para luchar contra los filisteos en la Guerra de los Seis Días, en 1967. Hoy forma parte de un bufete de abogados de prestigio en su ciudad natal -ya ha sido objeto de un atentado- y está instalado en la Historia de su país. Fue el primer muchacho judío alemán enrolado en la Bundeswehr (Fuerzas Armadas de la República Federal de Alemania), en 1966. Con las heridas, los recuerdos y los condicionamientos familiares y religiosos dando sombra a su uniforme, formó parte en su día de una unidad paracaidista.

Con más o menos evidencia, siempre ha habido judíos en las fuerzas armadas de Alemania (incluso durante los años del nacionalsocialismo, entre 1933 y1945, como ha puesto de relieve en un libro Bryan Mark Rigg que sorprende superlativamente). Nachum Gidal, en su trabajo "Les juifs en Allemagne" (libro que me regaló el fotoperiodista Jean-Jacques Lévy), da abundante información sobre el período de la Primera Guerra Mundial, durante el cual cerca de 100.000 soldados de origen hebreo sirvieron en las filas del Ejército del emperador Guillermo y 12.000 de ellos murieron en combate. (Hitler se esforzaría en borrar todo eso de la memoria histórica oficial, retirando placas conmemorativas y quemando expedientes).

Los jóvenes alemanes de ascendencia judía, exentos hasta hace unos años de servir en las filas del Ejército, están superando los tabúes y empiezan ya a alistarse o a incorporarse a las academias militares, como hizo en su día Fuerst. Ese fenómeno de normalización, que en algunas mentalidades es percibido como algo morboso y casi contra natura, tomaría definitiva carta de naturaleza en 1996, cuando el Ministerio de Defensa alemán se empezó a plantear una serie de cuestiones a propósito de la presencia de reclutas hebreos en los reemplazos, como la necesidad de contar con rabinos castrenses, respetar el derecho al descanso del sábado y prever menús "koshe" en el rancho.

Desde el alistamiento de Michael Fuerst hubo de pasar mucho tiempo hasta que llegara a crearse en el seno de la Bundeswehr una asociación de soldados judíos, a semejanza de la que existía en la República de Weimar. Algo impensable en otro país que no fuera Alemania. En el año 2006 se dio a conocer la BJS (Bund Jüdischer Soldaten), integrada por unos doscientos militares de mar, tierra y aire. Los portavoces del colectivo dan la cara habitualmente en los medios de comunicación, sin miedos ni complejos, y cada uno de ellos podría servir de inspiración a novelistas y guionistas de teleseries: el teniente coronel de Artillería Bernhard Fischer, el teniente coronel Gideon Römer-Hillebrecht y el capitán Michael Berger. El primero, con más de 30 años de servicio, pasó a principios de la década de los 70 varios meses como voluntario en las filas del Ejército israelí (Jerusalén sigue y seguirá siendo siempre la referencia atávica de los judíos) y es un experto en temas de Oriente Medio. Su madre pertenece a una familia alemana que emigró a Sudáfrica cuando Hitler llegó al poder, y su padre es alemán no judío. Römer-Hillebrecht, oficial de Estado Mayor del Ejército alemán, formó parte de las fuerzas aliadas desplegadas en Afganistán y frecuentemente reflexiona y escribe sobre la participación de los judíos en la sociedad alemana y contra el antisemitismo. Los neonazis le han amenazado por carta. Berger es el presidente de la Asociación de Soldados Judíos (BJS). Ejerce ocasionalmente como rabino y vuelca en los medios de comunicación sus investigaciones como historiador sobre el papel que juegan los judíos en la Alemania contemporánea.

Son los nombres de una normalidad recuperada.