Chirriu (que seguramente deriva de chirriar) significa en xíriga carro y carretillo, y por extensión sirve para designar también, adjetivando el término con precisión, cualquier máquina de locomoción: barco (chirriu de ureta), avión (chirriu embriciáu), automóvil (chirriu llastidor), bicicleta (chirriu a trabíncula) o camión (chirriu arangue). En la España de los años sesenta al único al que le faltaba el chirriu era a Manolo Escobar, pues se lo robaron "anoche, cuando dormía, estando de romería".

De aquélla, el Seiscientos carretaba a los celtíberos por carreteras secundarias del progreso, y la NASA no paraba de lanzar chirrios desde Cabo Cañaveral en plena carrera espacial con los rusos. Con ese mar y ese cielo de fondo, Teresa Muñoz, la hija de Emilio Muñoz Valle, iba mamando la jerga que recopilaba su padre (autor del libro clave sobre la xíriga y los tejeros). Aunque en casa no solían verbearla (hablarla), ella sabía de sobra lo apañada que resulta la xíriga. Con la erudición adquirida en Casa Alejo, el bar que tenían sus padres en Posada (un edificio sencillo proyectado por el arquitecto racionalista Joaquín Ortiz), podría explicar a los académicos de la RAE de dónde salen vocablos como "ñurriu" (cura), que, según ella, procede de la voz onomatopéyica "ñurr", relativa al sonido que emiten los gochos al comer (obsérvese que la etimología de los tejeros sabe ser eufemística). Evocando los tiempos del negocio familiar, Teresa reivindica la eficacia de la xíriga en momentos de emergencia: cuando aterrizaban por allí turistas que apeaban de pronto el castellano y empezaban una jerigonza en euskera o en catalán, el lenguaje de los tejeros era siempre mano de santo -como un arranque de autoridad incontestable- frente a quienes querían marcar distancias y diferencias sin venir a cuento.

Aunque hasta ahora no hayan salido en la literatura, las mujeres tienen mucho que contar en esto de la xíriga. Teresa Muñoz, junto con Carmen Balmori y Cristina Trigueros, es la protagonista del taller que organiza en Llanes la Casa municipal de Cultura y que en su octava edición está volcado en el papel de las mujeres en el escenario de la tamarga. Carmen Balmori es hija de Juan Balmori Balmori, nieta de Julián Balmori Platas y esposa de Evaristo Concha Ojeda, tejeros los tres. Su padre estuvo de encargado de una tejera en el pueblo burgalés de Pino de Bureba y su madre y ella pasaron con él algunas temporadas allí. De los 13 a los 17 años, Carmen vio de cerca, aunque desde una "casa un pocu más curiosa" que la choza en la que "goliaban" (dormían) los tamargos, las penalidades de una cuadrilla de titanes (pinches, pileros, tendedores, maseristas y cocedores) que trabajaban como negros en un paisaje de barro y paja. Cristina Trigueros, que tiene lejanas raíces familiares en Posada, llegó en avión desde Suiza. Está haciendo en la Universidad de Zúrich una tesina sobre la xíriga y se la dirige el profesor Johannes Kabatek. En el taller que se imparte en Llanes (al que acudió con un compañero suizo que grabó en vídeo cada minuto de cada sesión) explicó las líneas de su investigación, que abarca lo filológico y lo etnográfico del asunto; encuestó a los alumnos; entrevistó a varios tejeros que colaboran habitualmente en el desarrollo de la iniciativa puesta en marcha por la Casa de Cultura, como Tito Celorio, Pepe Díaz Díaz, Pedro Gutiérrez Tamés, Juan Remis, Juan Ríos y el citado Evaristo Concha, y regresó al país helvético con la maleta llena de fotocopias y el "palpiteru albaritáu".