De críos nos imaginábamos que el señor de la mansión que se erige ante la iglesia parroquial de Llanes debía de ser un hombre muy poderoso, con carrozas, pajes y sirvientes de librea, como los que salían en las películas de espadachines del Benavente. Delante de aquella imponente casa Ramón Rozas nos hacía a todos la foto de la primera comunión vestidos de marineritos y pasábamos al lado de ella en las procesiones de Semana Santa agarrados de la mano de nuestra madre. Muy cerca, al pie del torreón medieval, estaba el almacén de piensos y alfalfa del padre de nuestro amigo Josefín, que nos pillaba de paso de la que íbamos a la escuela. Nos maravillaba ver sentados a la puerta al padre y al hijo desayunando huevos fritos con chorizo, una escena que mi hermano Pedro y yo contemplábamos con la boca abierta, comparando aquella dieta con nuestro tazón de Cola Cao de cada día.
El padre de Josefín, Pepe Mier -dentadura de oro y bata gris-, compraba sacos de segunda mano para despachar los productos a granel y anunciaba su demanda en un papel de estraza: "Doy por sacu 5 pesetas". Esa concisión derivaba de un acendrado sentido de ahorro verbal y escrito, que él aplicaba a rajatabla en su vida. Incluso en los telegramas, como el que mandó en vísperas de fiesta a una tienda de alquiler de trajes de aldeana de Nueva, reclamando con urgencia el atavío para sus hijas: "San Roque encima; rapacinas desnudas".
Hasta 1963 la nuestra sería una infancia transcurrida entre catecismos dominicales, tebeos y canicas. No había televisión. Sabíamos ya quién era John Wayne, pero seguíamos desconociendo la identidad del señor de la fortaleza que se alzaba frente a la iglesia. La mañana del 1 de septiembre de aquel año estábamos congregados todos en el paseo. Llovía intensamente. Nunca habíamos asistido a una ceremonia tan solemne. Sobre el pedestal, que siempre habíamos visto sin estatua, se nos mostraba un volumen tapado con una tela. Permanecíamos expectantes. El conde de Vallellano (que presidía el acto en su condición de presidente del Consejo de Estado) tiró de una cuerda y destapó el misterio: por primera vez en nuestra vida estábamos ante el rostro y la figura de José Posada Herrera, apenas imaginado hasta entonces entre fotogramas de caballeros de capa y espada. Era ésa la fecha en la que se inauguraba la escultura hecha por Emilio Sobrino Mier para reemplazar la que había esculpido Grajera, colocada en 1893 y desmontada y fundida en plena Guerra Civil.
A partir de aquel momento el ilustre personaje se nos fue haciendo más visible y cercano gracias a Manuel Maya Conde, editor de libros básicos e imprescindibles que empezaron a salir de la imprenta de El Oriente de Asturias facilitando valiosa información, hasta el punto de que hoy está al alcance de "cualquier gorre" -que diría el extejero Juanito Remis- convertirse en especialista en la vida y la obra de José Posada.
Quienes siguen todavía sin saber quién era aquel insigne llanisco tendrán este año la oportunidad de conocerlo. Por disposición del concejal de Cultura, José Manuel Herrero, el pasado 22 de marzo se colocó en el Facebook de la Casa de Cultura una noticia que decía así: "Bicentenario del nacimiento de José Posada Herrera. El 31 de marzo de 2014 se cumplen 200 años del nacimiento del político decimonónico José Posada Herrera (1814-1885). Con este motivo el Ayuntamiento de Llanes, a través de la Casa municipal de Cultura, ha preparado un programa de actividades conmemorativas que se desarrollará durante el próximo verano. Incluirá conferencias, conciertos y una exposición. José Posada Herrera, uno de los llaniscos más ilustres de la historia, presidió el Consejo de Ministros y el Consejo de Estado y fue ministro de la Gobernación, embajador en Roma, diputado a Cortes y senador". (Esto fue días antes de que algunos cayeran dramáticamente en la cuenta del feliz cumpleaños, según hemos leído en algún periódico).
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