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La "güela" de Llanes cumple 106 años

Ángeles Martínez Cue, nacida tal día como hoy en 1908, celebra su cumpleaños junto a su hermana Áurea, que en enero será centenaria, y el resto de su familia

Ángeles Martínez Cue, en el centro, con su hermana Áurea -izquierda- y su hija Pura Cue. RAMÓN DÍAZ

"¡Sácame guapa!". Ángeles Martínez Cue sigue tan presumida como hace un año, como hace diez, como hace cien... como siempre. Y el hecho de que hoy cumpla 106 años no impide que quiera salir perfecta en las fotos. "Tú dirás cómo me pongo", señalaba esta vecina de Barru, en Llanes, nacida tal día como hoy en 1908 y que celebra su aniversario con su familia, en la que figuran dos hermanas, Áurea, que en enero cumplirá cien años, y Mercedes, de 98. Ángeles, tranquila y feliz, rodeada de los suyos, que según afirma la tratan "de maravilla" y no se separan de ella "ni un momento", sigue viendo la vida pasar sentada en su sillón favorito, junto al ventanal de la sala de su casa de La Corralada, en el barrio de El Corral.

Ángeles ya ha igualado en longevidad a otra hermana suya, Charo, que alcanzó los 106 años y que a esa edad leía a diario el periódico y cosía sin gafas. Ángeles no tiene tanta suerte: apenas ve. Pero sí que goza de un oído envidiable, pues es capaz de reconocer a todos sus familiares por la voz. Y rige y razona a la perfección. Le fallan las piernas, así que tiene que ayudarse de muletas para trasladarse de la cama a la sala por las mañanas. Para regresar por la tarde al dormitorio, como suele estar ya cansada, la acercan en una silla con ruedas.

Nació y vivió siempre en Barru, e incluso encontró el amor bien cerca: Manuel Cue, fallecido hace más de treinta años y al que no olvida, era vecino, vivía en la casa de al lado. "Era muy buenu el maridu míu. Y me quería con locura", rememora a menudo. Su hija Pura lo confirma: "sí, mi padre era buenísimu". Ángeles tuvo cinco hijos: Manolo, Pepa, Charo y las gemelas Pura y María, esta última fallecida hace once años. Tiene cinco nietos y dos bisnietos. Pero la verdadera "niña mimada" de la familia es ella.

Un día "normal" comienza para la "güela" de Llanes a las diez de la mañana, cuando se levanta. Le suben el desayuno a la sala -siempre a la misma hora, que si no se impacienta- y pasa la mañana conversando con familiares y con las personas que la visitan. Come a la una y media. En punto. Y luego sigue con sus pensamientos y de conversación con quien se tercie, hasta a las cinco de la tarde, cuando vuelve a su habitación. Y duerme tranquila y serena hasta el día siguiente.

Fuerte como un roble, a pesar de su frágil apariencia, Ángeles ha podido con todo. La epidemia de tifus que afectó a casi todos los vecinos de Barru y que hizo estragos en el pueblo, ni siquiera la afectó. Ella dice que fue gracias a San Roque, por quien los barrucanos sienten devoción. El infarto y la angina de pecho que sufrió hace un decenio tampoco pudieron con ella. Y sólo la rotura de un fémur a causa de una caída un año antes la obligó a ayudarse desde entonces de unas muletas.

Ángeles fue pionera del turismo en Llanes, pues en julio hizo cincuenta años abrió con su marido el camping de Sorraos. Desde entonces el matrimonio y sus hijas han trabajado sin descanso. Ángeles era la encargada de la cocina. Su ensaladilla rusa y su paella de marisco aún son recordadas por los clientes más veteranos. Las hijas y los nietos de Ángeles siguen con el negocio, que surgió cuando, en el verano de 1963, Ángeles y su marido dejaron acampar en un prado suyo, situado junto al mar, a unos "melenudos" madrileños y adivinaron que allí había negocio.

Junto a Ángeles, Áurea, que el enero será centenaria, y que sigue comiendo de todo -"buenu, fabada ahora algo menos", admite- y que bebe un vaso de vino con las comidas, a no ser que alguien comparta una botella de sidra, bebida que le gusta más. "Nosotras nos criamos con sidra", señala Áurea, que insiste en la necesidad de denunciar la "destrucción" de la bahía de Barru. "Nos bañábamos allí de rapazas, y había truchas aguas arriba del molino y anguilas enormes aguas abajo. Y en la ría, lenguados, cangrejos enormes y, cuando subía la marea, almejas. Todo eso se lo quitaron al pueblo", según denuncia, porque la mitad de los vertidos de Posada van directos a la bahía y porque no se draga el sedimento que aporta un arenero situado río arriba. Y mientras Áurea denuncia, Ángeles se despide con un "a ver cómo me sacas en la foto".

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