"Francamente encantado". Así se quedó el bodeguero riojano Luis Rodríguez tras probar la primera botella del vino que el langreano Javier Domínguez ha envejecido durante tres meses en el fondo marino de Lastres. Propietario de la bodega D Luis R, el experto cató su propio caldo después de un proceso singular y que equivale a siete años en tierra.

"Ha desarrollado unos aromas y unos sabores espectaculares", describió Rodríguez antes de destacar que "ha mantenido el color, muy importante en un vino joven, y ha evolucionado mucho mejor que el mismo vino en tierra", añadió. El proceso que ha seguido esta primera botella hasta acabar en el paladar de Rodríguez, Domínguez y de Juan Mateos -colaborador del primero- se inició en la localidad alavesa de Lanciego. Las uvas pasaron de los 700 metros de altitud a los que crecen los viñedos en esta zona hasta los 23 metros de profundidad en el fondo marino de Lastres. Por el camino, el vino estuvo doce meses en barrica de roble americano y dos años en botella en tierra.

"Luego pasa al envejecimiento submarino", añade Domínguez, muy contento por el éxito de esta primera prueba. "No esperábamos que el resultado fuera tan espectacular, claro y contundente", apunta el emprendedor. El langreano es buzo profesional y fue él mismo quien se sumergió para recoger esta primera botella, de la que esperaban casi más datos sobre el lacrado del corcho que de la calidad del vino. Sin embargo, nada más abrirla pudieron comprobar cómo ambos han superado la prueba con nota.

El cierre elegido ha impedido la entrada de agua y de oxígeno que pudiera afectar al vino, y el resultado del caldo es más que esperanzador. "Tenemos el convencimiento de que en seis meses será todavía mejor y más único", destacó Rodríguez. El bodeguero también reparó en el "pequeño toque marino" que le dio la inmersión, "algo muy sutil que se aprecia más en aroma que en boca". El vino submarino se comporta, además, "de forma mucho más elegante" que un caldo corriente y el riojano cree que en seis meses tendrá su "estado óptimo, bordeando la excelencia". El vino superó, además, la prueba de la exposición al oxígeno en el exterior, pues la botella se abrió para comer en un restaurante lastrín pero reservaron una parte para la cena, que degustaron en Ribadesella. "Estaba fantástico, no perdió aroma ni peso en boca y resistió la exposición al oxígeno", matizó el langreano, feliz de ver un sueño cumplido.