Si hoy se pregunta en Colunga dónde están los milanos, los gatos o los coríos, sólo los vecinos de cierta edad sabrán indicar con precisión que se debe buscar en San Juan de Duz, en La Isla y en Güerres, respectivamente. Como explica el historiador local Omar Pardo, estos apodos "han ido transmitiéndose durante siglos, desde el momento en que se constituyeron las parroquias, que en la Edad Media ya eran similares a la actualidad", añade Pardo.

Casi en cada una de las trece parroquias hay uno -o varios- motes que empleaban los vecinos de unas para referirse a los de otras. En Lastres, los de Luces son "farraperos" por el consumo de "farrapes", las papillas de harina de maíz que se relacionaban con la zona por la tradición agrícola y ganadera. En el otro núcleo de la parroquia, Lastres, "no hay apodo colectivo, porque cada uno tiene el suyo propio", explica Pardo en relación a una costumbre que sigue muy vigente. Las mujeres lastrinas eran un poco la excepción, pues se las llamaba "sardineres" porque iban vendiendo el pescado.

Los vecinos de San Juan de Duz son "milanos" y los de Güerres, un núcleo dentro de la parroquia, "gatos". Esta referencia sí está viva en la actualidad, pues en el bar del pueblo se puede ver un escudo con este animal. Los de La Isla son "coríos", es decir, patos, una asociación presente en los tres ánades del escudo municipal, "una herencia del apellido Isla", explica el historiador local.

Gobiendes no tiene ningún apodo propio, pues la parroquia estuvo a caballo entre La Isla y Carrandi durante la Edad Media. Sí lo tienen en Carrandi, donde son "curuxos". La parroquia está en un alto, a la sombra del Sueve, y "siempre oscurece primero que en otros sitios", describe Pardo.

Los habitantes de Libardón son "xabalinos", un animal que abunda en la parroquia y la sierra del Sueve y a los vecinos de Pivierda se les dice "palanquinos", pues era una zona baja "por la que antiguamente se acarreaba la madera con bueyes. Era un trabajo muy dificultoso y los de Pivierda eran especialistas en trabajar cargando carros", relata el historiador. La palanca que empleaban para manejar los troncos grandes les valió el sobrenombre. A los habitantes de Pernús y La Llera se les conocen como "prunos" o "mascaprunos", el fruto del endrino. "Con el matiz de que a los de La Llera, parroquia independiente, les llamaban, en menor medida, 'rosquillos', por una especie de rosquillas que hacían para La Candelaria, que todavía se celebra", explica Pardo. En Lue están los "potros", apodo debido a la fama de toscos de sus habitantes y a los de Sales les llamaban "ranetos" por estar en una vega fácilmente inundable.

Los vecinos de Colunga capital son "raposos", pues nunca produjeron recursos propios y vivieron comerciando a expensas de la riqueza de los pueblos de alrededor y en La Riera están los "gochos", pues las frecuentes inundaciones daban lugar a barrizales y, además, era frecuente ver el ganado suelto por sus calles, como en muchas aldeas hasta el primer cuarto del siglo XX. El "proceso de aculturación" llegó cuando se generalizaron los medios de comunicación masiva, sobre la década de los setenta, y los motes dejaron de usarse y, para algunas generaciones, a perderse.