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La tierra mágica de Ñarciandi

Calabacines, calabazas y girasoles gigantes crecen en las huertas de un territorio que acoge la popular cueva de La Güelga

La tierra mágica de Ñarciandi

Los vecinos de la localidad canguesa de Ñarciandi están convencidos de que las tierras que habitan son casi mágicas. Y la realidad les avala cuando en huertos como el de Francisco Antonio Martínez y su hijo Pablo crecen en verano calabacines de más de 85 centímetros, girasoles de casi cuatro metros y calabazas descomunales.

Por eso, los 25 residentes no cambian "por nada del mundo" un pueblo "tranquilo y bien comunicado". Y menos ahora que el Ayuntamiento se ha comprometido a arreglar sus desgastados caminos internos antes de que finalice el año. Allí trabaja precisamente el vecino Gonzalo Suero, concejal de Desarrollo Rural y único ganadero que queda en la localidad, de la que destaca las vistas. "Desde el barrio de El Collau puedes ver el macizo occidental y parte del central", cuenta el edil, que atiende a unas 90 vacas y una veintena de cerdos. "Mi familia tiene una casa rural y los turistas que vienen de Australia y por ahí quedan asustados con el paisaje". Los residentes atribuyen el nombre de Ñarciandi a los romanos. "Venían en verano porque esto era llano, tenía visibilidad y agua cerca, y de ahí quedó el nombre de lugar de descanso", aseguran.

Pero mucho antes, los cazadores del Paleolítico Superior ya habían reparado en las bondades de la zona, tal como demuestran las excavaciones arqueológicas realizadas por expertos de la talla de Mario Menéndez en la cueva de La Güelga. Allí las aguas originaron un complejo sistema kárstico de galerías subterráneas en las que aparecieron manifestaciones de ocupación del magdaleniense. "Aquí encontraron la flauta más antigua de la región, hecha con un hueso de ave y hay puntas fabricadas con astas de cérvido y colgantes", cuenta el residente José Manuel Prieto. "Es una pena que hayan parado las investigaciones por falta de dinero porque la gruta aún tiene secretos por desvelar", afirma. Él mismo la conoció de primera mano cuando contaba con un par de años. "Mi tía me llevaba allí cuando la guerra para resguardarnos de los aviones", relata. "Con 10 años hicimos una incursión los guajes del pueblo acompañados por el cantero alumbrados con un carburo, pasé mucho miedo y no volví más. En los 70 Ernesto Junco descubrió un gran colmillo de mamut y ahí empezaron las investigaciones. En la actualidad por su belleza la explotan las empresas de turismo activo", cuenta.

Antonio Caso no nació en Ñarciandi, pero siente un profundo amor por el pueblo que habita "desde que con dos años le trajo un autobús de la línea La Viuda a ocupar la casa de su abuelo materno". Durante 43 años fue a ganarse el pan junto a su mujer Zulema Dago, natural de Tornín, a Bélgica, donde aún hoy residen cuatro de sus cinco hijos. "Tuvimos mucha nostalgia porque este es un pueblo guapo, a sólo 3 kilómetros de Cangas (se llega por un ramal de la vía AS-114)" y cerca de la playa y la montaña", señala Caso, que aprovecha su jubilación para cuidar de una oveja llamada "Tita". Una de sus fechas favoritas en el calendario es el 27 de septiembre, cuando junto con los vecinos de Ñeda y Cabielles celebran la fiesta de San Cosme en una capilla que aún hoy conserva una placa a la entrada que recuerda que el dramaturgo Alejandro Casona fue profesor en su escuela entre 1926 y 1927. "Hacemos un año la fiesta en cada pueblo, con carros del país y todo y este año toca aquí en Ñarciandi", celebra Caso.

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