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Villa, un paraíso en la Tierra

Los vecinos de la localidad canguesa reclaman el saneamiento y un mirador al Sueve junto a la capilla de Nuestra Señora, recientemente restaurada

Luz Muñoz y Ángeles Sainz en Villa, ayer. C. CORTE

Un paraíso que aún conserva la forma de vida tradicional más asturiana. Eso es, para Luz Muñoz, la localidad canguesa de Villa. Esta murciana llegó a Asturias para visitar a una amiga de Alea hace 16 años y se quedó prendada de la belleza natural de la zona. Tanto que a los tres días decidió vender su empresa de servicios y ponerse en contacto con una inmobiliaria de la zona. En los dos kilómetros que separaban Peruyes de Villa, y mientras escuchaba música gregoriana, supo que aquel era su lugar en el mundo y ya no lo volvió a abandonar.

"Era verano, el camino estaba precioso y parecía que en cualquier momento te ibas a encontrar con seres mitológicos", apunta. "Todos los que vienen a verme se marchan llorando de pena porque quedan enamorados del paisaje y de esta tranquilidad", apunta Luz Muñoz, que echa de menos un mirador junto a la capilla de Nuestra Señora para divisar el monte Sueve. Precisamente, el edificio religioso fue restaurado en enero por iniciativa suya. Muñoz convenció a varios vecinos para recaudar fondos y acondicionar el tejado y pintar las paredes del interior del templo, que cada 15 de agosto se abre a los vecinos para celebrar la fiesta de su "Santina". Entre ellos, a Ángeles Sainz, que nació en Francia hace 78 años pero lleva más de medio siglo residiendo en el pueblo, en el que sólo seis viviendas están ocupadas durante todo el año, mientras que otras siete sirven como hogar de veraneo para ingenieros gijoneses y vascos.

Sainz, la menor de once hermanos, vive en Villa con su marido, Antonio Fernández, y tiene como vecina a una de sus tres hija y a un afamado acordeonista, Manuel Alea. Asegura que el pueblo ha cambiado "mucho y para bien" en los últimos años. "Cuando era joven no había carretera, ni luz. Los pañales de las crías los lavaba en la fuente y bajaba con el caballo a vender la leche a Peruyes, donde cogía la línea para ir a vender productos de la huerta a Ribadesella", cuenta.

La localidad canguesa, que comunica por medio de una pista con Santiso, fue elegida ya por los pobladores prerromanos, tal como prueba la existencia de un antiguo castro en su peña, del que apenas quedan restos. Lo único que piden los vecinos para seguir disfrutando del histórico enclave es el saneamiento y la restauración de su fuente.

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