La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

CRISTÓBAL ROZA, "QUINTÍN" | Mareante Mayor de Lastres, premiado por la Asociación de Mareantes "Virgen del Buen Suceso"

"Con un cupo y un precio equitativo no se habría esquilmado el pescado de la mar"

"Empecé a trabajar en 1943, el año en que los alemanes hundieron un barco de guerra y llegaron a Lastres barriles con grasa de búfalo y caucho"

Quintín Roza, en su casa de Lastres. P. M.

Cristóbal Roza, más conocido como "Quintín", nació en Lastres el 14 de noviembre de 1929 en el seno de una familia de pescadores. Su padre era armador y maquinista del barco de vapor "Gallito", la primera embarcación en la que trabajó. "Quintín" fue luego el patrón de la "Gran Molinera", el barco en el que se jubiló en 1990. El próximo día 8 será galardonado como "Mareante Mayor" durante la fiesta de la Virgen del Buen Suceso, un reconocimiento que le entregará la Asociación de Mareantes del mismo nombre.

-¿Pudo ir a la escuela antes de trabajar en la mar?

-Me cogió la guerra con siete años y había escuela sólo a veces, porque no había maestros. Yo era muy aficionado a hacer cuentas y escribir en casa, a hacer algo. Los chiquillos estábamos sueltos por ahí, un día teníamos escuela, otro no. Empecé a la mar en marzo de 1943, con catorce años, el añu de la grasa y les alpaques.

-¿A qué se refiere?

-Era la Segunda Guerra Mundial y los militares estadounidenses traían refuerzos para sus aliados europeos en un convoy por la mar. Pero el enemigo alemán supo de su ubicación y echaron a pique parte de él a cien millas de Lastres. Llevaban grasa de búfalo para cocinar y alpacas de caucho. Como toda esa mercancía tenía flotabilidad, subió a la superficie y por el viento del norte y la marea vino hacia la costa. Las alpacas eran de cien kilos y se pagaban a trescientas pesetas el kilo. Era la época de la fame y el estraperlo y como era encontrado en la mar había que entregarlo a Marina y a la Guardia Civil. El que podía zafarse lo guardaba y lo vendía bajo cuerda. La grasa fue un alimento de primera necesidad, lo iban a cambiar los de Lastres por muchas cosas. Mató muchas fames.

-Al poco de enrolarse en el "Gallito" vivió la galerna de 1944, en la que murieron los trece tripulantes del "Glorioso San Antonio".

-Sí, tenía quince años y andaba de "chó", me mandaban a por recados, fregaba tarteras, bajaba el xarru de agua... Esa fue la de Lucianín, del "Glorioso San Antonio", y nosotros llegamos al puerto de Santander. Mi padre me metió a la máquina de vapor del "Gallito" y con el tiempo fui para la mar haciendo de maquinista yo solo. Hubo dos averías que subsané en la mar con dieciocho años sin ir a taller ni nada. Hice la mili en Ferrol y en la escuela de mecánicos saqué el título de fogonero. Después embarqué en el barco de guerra "Vicente Yáñez Pinzón", un cañonero, y siendo pescador llegué a repostero del comandante, que es como si fuera camarero.

-¿Qué pasó a su regreso a Lastres?

-Seguí de maquinista en el "Gallito" hasta que le dije a mi padre "si quier que siga hay que cambiar la caldera del barco a motor". Fuimos a Zumaia y se cambió por un motor de cien caballos. Me casé en 1953 con mi mujer, María Dolores Conlledo Montoto, y fuimos de viaje de novios a Santander. Luego vendimos el "Gallito" y mi suegro, Maximino Conlledo, también vendió la lancha que tenía, la "Segunda Molinera". Yo andaba a la escuela por las tardes y tanta afición tomé que llegué a aprender el sextante. Un día, comiendo en casa, mi suegro me dijo que si me comprometía a mandarla yo, al día siguiente se ponía con los papeles para traer una lancha nueva. En septiembre de 1959 trajimos la "Gran Molinera", en la que anduve más de treinta años, hasta que me jubilé el diez de enero de 1990. Amarré el barco porque faltaba personal y no era competitivo. Era la época en que la Comunidad Económica Europea daba dinero por desguarzar las embarcaciones y estoy jubilado desde la fecha.

-¿Cómo vivió la otra gran galerna del siglo, la de 1961?

-Había ido con unos amigos de Avilés que llamaban los Goitia y tenían seis barcos. Estábamos en latitud 48 10 norte y longitud 10 30 oeste, una distancia bastante considerable y a unas 350 o 375 millas al norte de Finisterre. Habíamos salido de Coruña con un nordeste muy grande e íbamos a bonito. Teníamos ya abordo 5.000 kilos de pescado y mandé que pusieran la mitad a proa y la otra mitad a popa, el barco tenía unas neveras que llevaban 15.000 kilos. Yo tenía un interés grande en no fallar en la situación y aquel 10 de julio por la noche escuché el parte francés. Yo no sabía el idioma, pero un vasco que estuvo exiliado cuando la guerra me enseñó a escucharlo. Hablaban de un frente hacia el golfo con velocidad 25 o 30 nudos y con viento. Por la mañana escuché el mismo parte y aunque estaba la mar como una balsa de aceite yo presentí, con un olor como el de las patatas cuando se asan en la foguera, que algo no andaba bien. Llegó la noche y la gente estaba contenta porque había sido un buen día de pesca. Les dije: "si fuerais fíos míos ahora mismo ponía proa sur y no paraba hasta ver la farola".

-¿Por qué no lo hizo?

-Eso mismo me preguntaron ellos. Si no había tan mal tiempo les iba a sentar mal dejar el pescáu en la mar mientras los demás seguían faenando. Pero al otro día por la mañana ya estaba el viento allí y la mar estaba como para iniciar algo, tenía algo que se salía de su sitio. Empezamos a preparar el barco, recogimos las velas y clavamos el rancho y la nevera. Hubo tres o cuatro días de un temporal de primera y muchas desgracias. A los de Lastres nos cogió con barcos nuevos, buenos, pero conocí gente que un golpe de mar les llevó dos hombres de cubierta. Porque no te acaricia, lleva lo que encuentra a su paso.

-¿Qué es lo que más ha cambiado del trabajo del pescador desde entonces hasta ahora?

-Entre antes y ahora hay un abismo. La mar se esquilmó mucho sin necesidad, porque no se puso una tasa y no se respetaba lo que había. Si de un principio se pone una tasa y un precio mínimo, la mar seguiría produciendo. El bonito se pescaba a veinte minutos de aquí y ahora se pesca a 400 o 500 millas. Menos mal que este año vino a la costa bonito por cuestiones de corrientes. Pero la anchoa y la sardina desaparecieron, el chicharro y la palometa también. El besugo se terminó porque se pescó mucho. Hubo días de 20.000 y 30.000 kilos de besugo y precios de a perrona en comparación a los de ahora.

-¿Cuándo y por qué cree que se hizo el mayor daño?

-Cuando la flota fue aumentando en más capacidad, más tonelaje, barcos mayores.

-¿Está, entonces, a favor de los cupos en la pesca?

-Si muchos barcos hubieran traído 6.000 o 7.000 kilos de sardinas en lugar de 20.000 y los hubieran vendido a un precio equitativo, mínimo, ganaban la lancha, el armador y los pescadores. Pasa con la xarda, se traen miles y miles de kilos y un día va a llegar a escasear. Pasa con los pescados de temporada, el bonito por ejemplo también va a escasear. Hacen falta un cupo y un precio que pueda sufragar los gastos y que el armardor tenga beneficios, porque si la embarcación no tiene beneficios no se puede navegar.

-La pieza que más falla es la del precio del pescado...

-Sí, todavía sigue bajo. Las especies que escasean salen caras, pero lo abundante no y en esas grandes cantidades un día va a escasear.

-¿Cómo ve el futuro de la pesca?

-Hoy hay que tener un barco competitivo en todos los sentidos. No valen los barcos de antes, pequeños, con poca capacidad. "La Empreratriz", por ejemplo, de aquí de Lastres, de Eduardo Cuevas, tenía un motor de 700 caballos y para competir tuvo que meter uno de 1.200. Si haces un barco para pesca tienes que tener viveros de 100.000 litros de agua para llevar bastante carnada, una nevera de 50.000 kilos y autonomía de veinte días. Hay que ir a Irlanda, a Las Azores, y con motores de 1.200 y 1.500 caballos. Antes teníamos 80, 200 caballos...

Compartir el artículo

stats