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Don Venancio, el tronco de Ponga

El concejo mantiene muy vivo, 75 años después de su muerte, el recuerdo del indiano que, tras enriquecerse en Cuba, trajo a su tierra la luz y múltiples empleos

"Nos trajo luz, trabajo y amor. ¿Qué más se le puede pedir?". Javier Rodríguez no conoció a Venancio Díaz Muñiz, pues falleció mucho antes de que él naciera, pero ha oído hablar de él toda la vida y sabe que está considerado como el más destacado hijo del concejo de Ponga. Hace escasas fechas se cumplieron 75 años de la muerte de este prócer, cuyo busto preside la plaza del Ayuntamiento, en San Xuan de Beleño.

Pero ¿quién fue ese hombre al que aún hoy se le recuerda como "don Venancio"? Un emigrante, un indiano triunfador que regresó a su tierra natal inmensamente rico, que llegó a ser alcalde y que costeó carreteras, traídas de agua, la central eléctrica que llevó la luz durante decenios a medio concejo, una fábrica de sidra que dio trabajo a incontables vecinos... Y que, según afirman los ponguetos, trajo también el amor. Porque plantó delante de su casa de vivir (tenía más) un ejemplar del que se conoce popularmente como árbol del amor (cercis siliquastrum), especie que tiene la particularidad de que sus flores, de color rosa violeta, aparecen antes que sus hojas, directamente sobre las ramas.

Venancio Díaz Muñiz emigró a Cuba siendo muy joven. Allí consiguió amasar una considerable fortuna en muy pocos años. Llegó a ser presidente de honor de los hijos de San Juan de Beleño en La Habana. Pero su aventura americana acabó abruptamente con la guerra hispano-estadounidense de 1898, tras la cual España perdió la isla caribeña y otra posesiones de ultramar.

El pongueto guerreó hasta la derrota (cuentan algunas crónicas que llegó a teniente) y después de la contienda decidió volver a la montaña pongueta. Ana Gallinar, madre de Javier Rodríguez, que trabajó durante años para las hijas de don Venancio, tenía solo ocho años cuando este murió. Pero lo recuerda perfectamente: "era pequeño, pero muy vivo, muy espabilado". También recuerda que "la muchacha" (sirvienta) con la que regresaron "don Venancio" y su esposa, Elisa González Avellaneda, "doña Elisa", de Cuba, le contó la pena que supuso para todos ellos ver cómo se arriaba en La Habana la bandera española, y cómo se izaba en su lugar la estadounidense. "Me decía que habían llorado todos desconsoladamente", señaló Ana Gallinar, cuya madre fue cocinera durante años de la familia de don Venancio.

Esta vecina de San Xuan destacó que al emigrante pongueto le pasó como a tantos otros: "se iban probes, sin nada, y volvían con el don por delante". Eso, claro está, los que reunían el suficiente dinero. Y Venancio Díaz Muñiz tenía tanta plata que en Ponga se acuñó en su época una frase que aún se recuerda: "podría haber comprado toda la calle Corrida (de Gijón), pero prefirió invertir en Ponga". Cierto, pues en la patria chica compró, por ejemplo, una enorme finca que llaman Los Perales, situada cerca de Cainava, con casa y hórreo, y allí construyó una fábrica de sidra, "Los Ponguetos", de la que aún quedan abundantes restos, incluidas las barricas. Llamaba a los vecinos a "pañar mazanes". Muchos vivían de aquellos jornales. Después, decidió que había llegado la hora de alumbrar la vida del concejo y el 9 de enero de 1924 consiguió una concesión para el aprovechamiento de 1.000 litros por segundo del agua del río Lafoz. Construyó una central hidroeléctrica que con el tiempo acabó en manos del Ayuntamiento y que funcionó hasta hace bien poco. Y consiguió la concesión de una mina de hulla en Beleño.

Don Venancio "quitó mucha fame" en tiempos muy duros, según algunos vecinos. Tenía muchos sirvientes y compró muchas tierras. Las mejores del lugar. Hay quien recuerda aún como la mayoría de los vecinos tenían que caminar cientos de metros para sembrar o con cestos llenos de patatas que recogían en parcelas pedregosas y pendientes, mientras que la que era quizá la mejor finca de Beleño, la más fértil, era utilizada por el indiano y su familia como semillero de flores.

Venancio Díaz Muñiz tuvo cuatro hijas: la primogénita, María Teresa; las gemelas, Pepa (María Josefa) y Marucha (María Elisa), y la benjamina, Julia. Tenía también múltiples propiedades fuera de Ponga. En Gijón, por ejemplo, donde él y su familia pasaban también largas temporadas. Desde los balcones de su casa gijonesa se veían las funciones del teatro Jovellanos, rememoró Ana Gallinar.

El prócer pongueto confiaba en que la construcción de la proyectada carretera a Castilla por Ventanielles (Ponga) implicaría el florecimiento de múltiples negocios en el concejo. Era la salida natural a la provincia de León (de hecho, por allí discurre una calzada romana), pero los intereses políticos acabaron hurtándole a Ponga un proyecto que ya había sido aprobado y que incluso contaba con reserva económica. La salida a Castilla se construyó finalmente por el puerto del Pontón, por Amieva y Sajambre. Así que el concejo de Ponga quedó convertido en un fondo de saco, sin salida, y las posibilidades de negocio se diluyeron. De ahí que algunas de las inversiones acometidas por don Venancio fracasaran.

El indiano, simpatizante del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, fue alcalde de Ponga. Y cuentan algunos vecinos que tal parecía que "trabajaba a dos bandas", porque durante y tras la Guerra Civil salvó a "muchos sentenciados" que habían sido condenados por los sublevados fascistas. Su busto de la plaza del Ayuntamiento de Ponga incluye una lacónica inscripción: "Ponguetos agradecidos". Don Venancio murió el 29 de septiembre de 1941, pero su huella sigue presente en la memoria colectiva local.

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