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Maximino Roda Zarabozo: "Mi deseo es vivir en un mundo libre de conflictos"

Villamayor estrena hoy un documental sobre la historia del "niño de la guerra" piloñés, que emigró a Rusia con 12 años

El alcalde-presidente de la parroquia de Villamayor, Andrés Rojo, con Maximino Roda en casa de éste. CRISTINA CORTE

Todos los denominados "niños de la guerra" tienen tras de sí una historia conmovedora. La del piloñés Maximino Roda Zarabozo se dará a conocer esta tarde en el centro social de Villamayor (19.30 horas) con el estreno de un documental dirigido por Luis Felipe Capellín. La parroquia rural hará además entrega de una placa conmemorativa al protagonista del audiovisual, que nació en la localidad en agosto de 1925, donde ahora, a sus 91 primaveras, disfruta de la jubilación leyendo prensa rusa y escuchando "casetes" de música cubana.

Roda, el mediano de nueve hermanos, se mudó a Gijón cuando tenía seis años porque allí le salió a su padre Manuel un trabajo como chófer y pintor. La guerra civil lo pilló viviendo en el Llano del Medio. "Cuando el conflicto se recrudeció en el frente asturiano, nuestros padres decidieron alejarnos de aquel horror. Con mis cuatro hermanos pequeños al cargo -Olga, Luis, Pacita y José Antonio- cogí un barco rumbo a Rusia. Pensamos que sería una medida de evacuación temporal", cuenta. Pero ya no volvería a ver nunca más a su progenitor, fallecido en el campo de concentración francés de Bram a los 54 años.

La expedición partió a finales de septiembre de 1937 del puerto de El Musel con centenares de niños a bordo bajo la tutela de maestros y educadores republicanos. "Seríamos unos mil trescientos. Por la mañana nos encontramos con un barco fascista, el 'Cervera', y pensamos que nos quería coger, pero al final no nos hizo nada porque íbamos custodiados por una embarcación de la república", relata. Saint-Nazaire y Londres fueron los puntos donde habrían hecho escala para pasarse a un buque soviético que transportó a parte de ellos a Leningrado. "Al subir al barco la sala principal estaba vacía. Fuimos a escoger camarote y de repente tocaron una campanilla y al subir estaba llena de comida. Teníamos mucha fame así que dije a mis hermanos que guardaran todo lo que pudieran entre la ropa por si acaso. Cual fue la sorpresa que cada vez que era la hora de comer traían más".

Si las notas que recientemente escribió en un cuadernillo a lápiz para combatir al olvido no le fallan, el 4 de octubre de 1937 habría llegado a la Unión Soviética (URSS) . "La gente nos estaba esperando en el puerto. Nos apuntaron los nombres, nos ducharon en bikini unas mujeres lo cual era raro porque en España no habíamos visto mujeres con tan poca ropa, nos dieron de comer y nos llevaron a una casa especial", relata. "Salir de las instalaciones estaba prohibido, pero como escuché a los mayores que por allí cerca estaba la tumba de Lenin me escapé al cementerio más cercano a buscarla y cuando me encontraron los guardias no les entendía nada".

El siguiente destinó fue una ciudad a 30 kilómetros de Moscú, donde les proporcionaron una educación básica. "Había campo de fútbol, lanchas y en verano íbamos a Crimea a descansar. Nos trataron muy bien. Después fui a aprender un oficio a la escuela especial de ferrocarril". Pero de nuevo un conflicto, la II Guerra Mundial, se cruzó en su vida. "Quería estar con los españoles, pero no me dejaban luchar al ser menor así que logré que me falsificaran los documentos y sin haber cumplido los 16 entré en la tercera división de voluntarios de Leningrado a combatir en el lago de Ládoga". Sus problemas respiratorios lo obligaron a ingresar en el hospital y retirarse del frente de batalla, donde vio "muchas barbaridades" y al recuperarse de la convalecencia empezó a trabajar como mecánico en Simferópol. En Ucrania conoció -primero por correspondencia- a la mujer de su vida y madre de sus cuatro hijos, la ovetense María Naves García, ya fallecida. Su hermano mayor Juan Manuel le convenció para ir a vivir a Saint-Laurent (Francia) aunque la intención de Roza, comunista hasta la médula, siempre fue la de volver a Rusia. "De la URSS guardo mis mejores recuerdos. Allí se cambió el mundo y lo que se hizo no debe caer nunca en el olvido. Me gustaba el contacto con la gente y el trabajo", apunta.

El único deseo de este nonagenario ahora es "vivir en un mundo libre de conflictos, en el que los hombres no hagan barbaridades como matarse unos a otros".

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