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El náufrago desconocido de Lastres

El cadáver que "La Bien Pagada" encontró en 1954 continúa sin identificar en el Registro Civil de Colunga, donde su historia pervive a través de la memoria local

Luis Montoto, en el interior de la capilla del cementerio de Lastres, donde le practicaron la autopsia al cadáver. P. M.

Lo encontró "La Bien Pagada" el 29 de octubre de 1954, lo llevó hasta el puerto de Lastres y pasó la noche en la capilla del cementerio parroquial. Ahora, casi 62 años después, nadie sabe de quién era el cuerpo rescatado aquella fría tarde de octubre, que dejó una huella imborrable en la memoria de los vecinos, más aún de quienes entonces eran niños.

Es el caso de Luis Montoto, que a pesar de contar entonces con tan sólo diez años es capaz de describir lo sucedido como si apenas hubieran transcurrido unos meses. "Lo encontraron en la zona del Arrobáu, en la playa de Vega, en Ribadesella", rememora el lastrín antes de apuntar un refrán de la jerga marinera local: "El que va al Arrobáu nunca vien desconsoláu", por el esfuerzo que suponía pescar allí cuando había que ir a remo.

Por Lastres enseguida corrió la noticia como la pólvora y el pequeño quiso bajar al muelle a ver qué pasaba, pero sus padres no le dejaron. Vio entonces que lo subían varios hombres "en una escalera" desde el puerto y se quedó en casa de su abuela, en la plaza donde hoy está el bar Bitácora, para verlo pasar. La que hoy es su esposa, Charo Fernández Castro, entonces también una niña, rememora cómo pasó varias noches "sin dormir" de la impresión que le dio ver al cadáver pasar por debajo de su casa. Montoto y otros niños del pueblo no pudieron contener la curiosidad y subieron la calle Real detrás del muerto, al que llevaron a la capilla del cementerio, entonces ya sin puerta.

"Allí lo dejaron, supongo que sobre un tablón y caballetes, y recuerdo que se quedó de guardia toda la noche Serafo Suárez, que era el barrendero", relata Montoto, quien es capaz de sentir de nuevo el estremecimiento al imaginar lo desapacible del tiempo, el cementerio y el hombre que aún continúa sin nombre y apellidos. La escena no estaba, como es lógico, al alcance de los niños, pero el lastrín consiguió eludir la vigilancia de los adultos y colarse en el camposanto para ver el cadáver. En aquel improvisado tanatorio, "entonces no había hospitales", le practicaron la autopsia al cadáver, y Montoto recuerda que una autoridad militar se negó en un primer momento a hacerlo. Es probable que finalmente fuera el médico de Lastres de la época, Pedro Villarta, quien determinara la causa de la muerte. "Asfixia por sumersión", apuntaron los empleados del registro civil en el Libro 46, sección tercera y página 280, en la que también figura que la muerte "data de diez a catorce días antes".

La hoja, que está arrugada e incluso rota de tantas veces como se ha consultado, acompaña la inscripción de la defunción de dos fotografías, una tomada de frente y otra ligeramente de perfil, donde se ve al hombre con las manos cruzadas sobre la escalera que rememora Montoto. "Hallado a cinco millas al Noreste del puerto de Lastres (?) un metro setenta y cinco centímetros y de perímetro torácico ochenta y cinco centímetros, de color moreno en pelo y barba, de constitución robusta, está vestido con pantalón gris, camisa blanca de rayas, americana color castaño, zapatos negros y calcetines grises".

Esta fue la prolija descripción del cadáver, que en el momento de la muerte tenía "de treinta a cuarenta años de edad" y que fue enterrado en el mismo cementerio, en un lugar sobre el que hoy se levantan varios nichos. Nadie lo ha reclamado, nadie ha preguntado por él y nadie ha planteado nunca nada más allá de las conjeturas de si sería un fugado, un represaliado de la dictadura franquista o un suicida.

No era un marinero

Sí se descarta, explica Luis Montoto, que fuera un marinero: "Nos habríamos enterado. Los marineros siempre hemos estado muy unidos y si había un naufragio en San Vicente de la Barquera o en Bilbao enseguida lo sabíamos aquí". También subraya que tampoco la vestimenta era la propia de un trabajador de la mar.

El de "La Bien Pagada" no es el único náufrago de la época, pues Montoto rememora con buen detalle otro episodio similar, aquel con una historia conocida. "Era enero de aquella misma época y apareció un cadáver con 5.000 pesetas en el bolso. Era el patrón de un barco mercante que había naufragado, un patache gallego, y vino la familia a recogerlo", narra el lastrín antes de apuntar una diferencia fundamental: este segundo cuerpo tenía consigo "el carné y el título de patrón".

Nada, ningún rastro de su historia, portaba el primer cuerpo, cuya historia también resonará para los lectores de LA NUEVA ESPAÑA, que además de dar cuenta de la noticia en su momento realizó una crónica hace dos décadas, a raíz de la que el Tribunal Superior de Justicia de Asturias se interesó por el caso. Sin embargo, nada nuevo se ha sabido desde entonces y en la hoja del registro civil de Colunga continúa el término "hombre desconocido" donde debiera figurar la identidad que ayudase a completar un puzzle al que le faltan más de la mitad de las piezas.

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