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La historia indiana de la "Escuelona" de Carrandi

Los recuerdos de un centro de estudios que marcó la vida de decenas de niños colungueses

El interior de las escuelas de Carrandi, convertidas en centro social.

Volver a mi pueblo es, siempre, volver a mi niñez.

Aquí nací, en Carrandi, el 3 de octubre de 1936. Aquí, en Carrandi, bellísimo lugar del municipio de Colunga, vine al mundo, penúltimo de los nueve hijos de Angela y Fermín. Y aquí, concretamente en La Cepada, están mis raíces y las maravillosas vivencias de mi infancia hasta los doce años.

Por muy lejos que me haya movido y vivido, siempre sabía que aquí, en La Cepada, me aguardaba con las puertas abiertas la casa de la familia: mi casa cargada de recuerdos. Pero hay otras casas que considero fundamentales en mi vida: la iglesia de Santa Úrsula, con los mártires San Cosme y San Damián también en el retablo, y la casa de la escuela: "La Escuelona". En esta iglesia de Santa Úrsula, con mi hermana Isabel y Lilo Villar de padrinos, fui bautizado terminada la Guerra Civil y más adelante ejercí de monaguillo.

En "La Escuelona" aprendí a leer con el "Rayas", el "Catón" y la enciclopedia Álvarez: la "p" con la "a", "pa"; la "m" con la "a", "ma", "mi mamá me ama", "amo a mi mamá"? En "La Escuelona" aprendí a escribir llenando de palotes los cuadernos de la época. En "La Escuelona" aprendí de memoria las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. En "La Escuelona", de la mano de los sabios maestros rurales, aprendí que existía un mundo más allá de Colunga y más allá de Asturias, que había un mapa de España y un mapamundi, y que los niños de Carrandi, al crecer, nos convertiríamos en "ciudadanos de la patria". En "La Escuelona" aprendí más, muchas cosas más. Y, jamás lo he olvidado, hasta leí un "Don Quijote" para niños.

¿Se imaginan los recuerdos que guardo de esta escuela?

Ahora me doy cuenta de que mi raíz en Carrandi no sólo está anclada en La Cepada, sino que también se nutre de "La Escuelona".

Subiendo de la costa, de Colunga, La Cepada, con El Plano de entrada, da la bienvenida a Carrandi. De ahí a la plaza la distancia es muy corta, unos quinientos metros. En la plaza están la iglesia parroquial y los edificios de escuela. Hablo en plural porque son dos: "La Escuelona", de niños, y justo enfrente, "La Escuelina", de niñas. Compartíamos, eso sí, el espacio de recreo: la plaza.

Por descontado, en aquellos años cuarenta, tiempos de postguerra, todos los escolares asistíamos a la escuela a pie, calzados a diario con "alpargates" de esparto y, en días de lluvias o nieves, con las "madreñes" que nos hacían a medida los madreñeros casinos, artesanos venidos de Caso. Zapatos o sandalias tan sólo calzábamos los domingos y fiestas, para la misa y el catecismo.

¿Cómo un pequeño pueblo rural, Carrandi, disponía entonces de dos casas de escuela? Eso lo averiguaría más adelante.

Aunque lleva mucho tiempo sin uso para la enseñanza, "La Escuelona" se mantiene en pie. Es un edificio de arquitectura indiana de dos plantas. O sea, del estilo de las casonas construidas en Asturias por emigrantes que "habían hecho las Américas", expresión aplicada a los que se habían ido poco menos que descalzos y habían prosperado hasta enriquecer.

En la planta baja, un portón entre dos ventanales nos adentra en un pequeño porche del que otra puerta abre al aula y una escalera sube a la casa del maestro: Vivienda con balcón de antepecho y dos ventanas en la fachada abiertas hacia el monte Sueve, coronado por una cruz en la cumbre del "Picu Pienzu".

Sobre ese balcón, en arco, va encajado un reloj de campana que marcó las horas y los cuartos de mi infancia al igual que marcaba la vida de toda la gente de Carrandi, entonces unos quinientos habitantes que, metidos en faenas, se detenían a contar las campanadas del reloj de la escuela aunque algunos, como mi padre, también recurrían al sol para adivinar si había que cortar para el almuerzo o para lo que fuere.

Otra campana de la que vivíamos pendientes era la de la iglesia con los toques del ángelus, de las misas, el repique de las procesiones y el tristón doblar que anunciaba la muerte de algún vecino, el entierro y el funeral.

"La Escuelona" fue construida dentro de un cercado con remate de rejas de hierro forjado ornadas con florones, al igual que las puertas que dan a la plaza de pueblo.

De mis estudios en "La Escuelona", desde los cinco o seis años, creo que desde los cinco, hasta los doce, siempre he recordado y recuerdo, cada vez con más emoción y aprecio, a mis maestros rurales, a dos hermanos, don Urbano y don Pedro, que eran de León; a Ramonín "El Mancu", del mismo Carrandi, a don Andrés...

¡Cuánto me enseñaron! ¡Cuánto les debo!

Del interior del aula aún guardo, muy nítidas, las imágenes de la mesa del maestro con las enciclopedias de grados y una regla de madera, los pupitres, las pizarras colgadas en la pared, el mapa de España, el mapamundi, la foto de un Franco joven, jefe del Estado, un crucifijo, un armario biblioteca con una breve pero selecta colección de libros infantiles y juveniles y, en un cuadro en lo alto de la pared a nuestra espalda, un retrato en negro de tres señorones con bigote y sombrero: don Pedro, don Cayetano y don Vicente Sánchez Pando.

Lo confieso: No conocí la historia de aquel retrato hasta que, embarcado en el periodismo, averigüé que don Pedro, don Cayetano y don Vicente Sánchez Pando eran ni más ni menos que unos benefactores del pueblo a los que debíamos la construcción de "La Escuelona".

Tres chicos de Carrandi -tres auténticos indianos- que habían embarcado muy jóvenes rumbo a la Argentina en busca de trabajo con tan buena fortuna que, establecidos en Buenos Aires y dedicados al comercio, al paso de los años se habían hecho ricos, muy ricos. Tanto que, con su dinero, habían convertido a sus familiares, los Sánchez Caveda, en "la familia más rica del pueblo" y, tratando de ayudar a todos los vecinos, pensaron que nada mejor que facilitar la educación y acabar con el analfabetismo.

Madurando esta idea se había muerto don Pedro en Buenos Aires, pero dejando encomendado a sus hermanos el cumplimiento de su última voluntad en favor del pueblo natal.

Así, con fecha 15 de diciembre de 1904, don Cayetano y don Vicente Sánchez Pando, comerciantes, calle Ribadavia 1029, de Buenos Aires, República Argentina, otorgaban un poder a don Braulio Vigón Casquero, comerciante de Colunga, en el que detallan que "los dos y su finado hermano don Pedro Sánchez Pando han construido en su pueblo natal de Carrandi, concejo de Colunga, partido judicial de Villaviciosa, provincia de Oviedo, reino de España, a sus expensas una casa para escuela cuya casa escuela han donado al Ayuntamiento de Colunga". Y sigue: "Por iniciativa póstuma del finado don Pedro Sánchez Pando han determinado la fundación de una institución destinada a la conservación de la escuela y a la enseñanza de los niños de Carrandi bajo el nombre 'Fundación Sánchez', con renta de 700 pesetas moneda española anuales, libre de impuestos del Tesoro".

Con ese poder, don Braulio Vigón Casquero escrituraba el 8 de mayo de 1905 en la notaría de don José A. Cienfuegos, de Villaviciosa, la "Fundación Sánchez", creando un patronato para administrar un capital de 25.000 pesetas, colocadas al 4 por ciento, en el que figurarían de por vida los fundadores don Cayetano y don Vicente Sánchez Pando, siempre representados por don Braulio Vigón, y en el que, como vocales natos, estarían el alcalde de Colunga y el párroco de Carrandi, a la sazón don Federico Menéndez Alonso.

Tras la tramitación pertinente, la "Fundación Sánchez" fue clasificada "de beneficencia particular" por el Ministro de Gobernación de la época por real orden de 9 de febrero de 2006.

En escritura de 18 de mayo de 1909, don Braulio Vigón renunciaría al patronato, que pasó a ser presidido por don Cosme Caveda Ruiz, de Carrandi, de la familia de los Sánchez Pando.

Así que "La Escuelona", y probablemente también el edificio de "La Escuelina", de menor tamaño pero igualmente de aire indiano, fue construida por la generosidad de esos tres emigrantes que, sin estudios, se habían embarcado rumbo a la Argentina en busca de un trabajo y un futuro mejor.

Lamento no haber llegado a conocer ni a don Cayetano ni a don Vicente, pero guardo, sí, en mi memoria de escolar la imagen de aquellos tres hermanos que desde el retrato, ahora extraviado, observaban mudos, pero atentos, nuestros estudios.

No sé si en su momento se valoró suficiente la cosa.

Desde luego, la gratitud de Carrandi a estos hijos benefactores se mantiene aún en la leyenda de una placa de la fachada del edificio y ahora, al cabo de más de un siglo, aprovecho para decirles que cada vez que subo a la plaza de mi pueblo contemplo y releo con emoción sus tres nombres: don Pedro, don Cayetano y don Vicente Sánchez Pando.

Por falta de alumnos, "La Escuelona" fue cerrada a la enseñanza primaria de chicos que era lo suyo, pero ahí sigue en pie el edificio, siempre al servicio del pueblo, actualmente como club cultural y social.

Antes y ahora, ¡alma de Carrandi "La Escuelona"!

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