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"Los Manolones", corazón de Ponga

Los hermanos Pilar Gutiérrez disfrutan de sus vacaciones en Beleño tras salir triunfantes de una vida de penurias como emigrados en Argentina

Una etiqueta de garrapiñadas de la empresa San Juan de Beleño.

San Juan de Beleño vende cada día en Argentina decenas de productos alimenticios a cientos de personas por valor de muchos miles de pesos. El de la capital de Ponga es el nombre de una de las empresas fundadas por un emigrante del concejo, Carlos Pilar Gutiérrez, que hoy tiene 72 años. La suya y la de sus hermanos es una historia de pobreza y superación, de emigración y desarraigo, de derrotas y triunfos, protagonizada por una mujer viuda y sus 16 hijos, a los que en su pueblo conocían -y aún conocen- como "Los Manolones" por el nombre de pila de su padre. Posiblemente los más pobres del rincón más pobre de Asturias.

Carlos y su hermano Ángel han vuelto este verano al terruño, a Beleño, donde a veces se les agolpan los recuerdos infantiles, provocándoles una mezcla de nostalgia y contento que en ocasiones amenaza con ahogarlos. Su madre, Generosa Gutiérrez Mones, es en el fondo la protagonista principal de esta historia. Hija de asturianos, había nacido en Argentina, pero la trajo una tía a España, a una casería del barrio de Cainava, en Ponga, cuando contaba dos años de edad. Se casó con Manolo Pilar, tuvieron 16 hijos y él, que había sido minero, murió de silicosis. Así que ella se quedó sola con toda la prole.

¿Cómo fue la infancia de "Los Manolones"? Pues depende del interlocutor. Carlos, que marchó a Argentina con 10 años, solo guarda recuerdos felices, de juegos y correrías. "No guardo ningún recuerdo malo de acá. Me di cuenta de la pobreza en la que vivíamos cuando marché", señala. Pero los mayores ya habían conocido el lado amargo de la vida de aquellos años. Uno de los hermanos, siendo apenas un crío, trabajaba como criado, a las órdenes de "un amo", por poco más que la manutención. Y más de una noche tuvo que pasar en una cabaña perdida en el monte, oyendo con espanto los aullidos de los lobos más cerca que lejos. "Se pasaba el pobre toda la noche llorando y acordándose de nosotros, de su madre", rememora Carlos con pena. Tenían cinco o seis vacas y llevaban algún prado. Una mitad de lo que producían era para ellos, la otra se la quedaba el dueño. Tiempos duros.

El caso fue que un buen día, en 1954, el Gobierno argentino de Juan Domingo Perón reclamó a la madre y le propuso repatriarse. Le ofrecían casa y tierras. Decidió aventurarse, pero un fortísimo temporal impidió su marcha cuando ya todo estaba listo. Así que la repatriación solo pudo formalizarse en el año 1956, cuando ya era presidente de Argentina el dictador Pedro Eugenio Aramburu.

Generosa Gutiérrez, que tenía entonces 50 años, se llevó a Argentina a nueve de sus hijos, todos los menores de edad y uno de los mayores, mientras que en España se quedaron los que ya estaban casados. Tenían que embarcar en Vigo, en el "Highland Monarch", un barco de la Royal Mail, de 14.137 toneladas, botado en 1928 y que llevó a decenas de miles de emigrantes europeos a América hasta que fue desguazado en 1960.

Generosa y sus hijos viajaron en varios vehículos hasta Vigo. Carlos asegura que hasta entonces había vivido "en la más completa inocencia". La perdió justo durante ese viaje, en Grado, donde se detuvieron por una avería. Ocurrió que de la localidad moscona era precisamente su maestra, que tenía un hijo de su edad. Allí, debajo de un árbol, Carlos pensó que quizá podría ver a su amigo. Pero en ese preciso instante se percató de la realidad: "jamás lo volvería a ver", tal vez ni siquiera regresaría a casa. Sintió una tristeza infinita.

En el "Highland Monarch" viajaron en tercera, "y porque no había cuarta", señala Ángel, con una mezcla de gracia y melancolía, aunque también destaca que los trataron "muy bien" y que, al menos, pudieron "comer todos los días". Veinte días navegaron por el océano. Y cuando llegaron a Buenos Aires... no había "ni hotel de repatriados, ni casa, ni tierras, ni nada", recuerdan los dos hermanos. Para rematar, "la familia de allá era tan pobre como nosotros", añade Ángel, de 78 años.

Vuelta a empezar desde cero: los menores se fueron con la madre e ingresaron en un colegio, y los mayores (es un decir) tuvieron que ponerse a trabajar. "Resulta que allá tuvimos que trabajar el doble que acá", destaca Ángel, que invirtió sus primeros ahorros en una sociedad que al poco se hundió. Veinte años tuvo que esperar para disfrutar de sus primeras vacaciones. Montó varios negocios: supermercados, hoteles, pensiones, y logró salir adelante. Nunca se casó. Ahora, ya jubilado, tiene múltiples propiedades en Buenos Aires y vive de las rentas. Ha comprado y rehabilitado varias casas del barrio de Beleño en el que jugó de niño. Las compraría todas... si se las vendieran.

Carlos iba para cura, pero lo dejó finalmente para ponerse a trabajar "en lo que había". Conoció a Gabriela Constantini, hija de empresarios emigrantes italianos, surgió el amor, y los dos lo dejaron todo por el otro. Ella abandonó su cómoda vida junto a sus progenitores para trabajar junto a Carlos en una portería. Allí estuvieron un año, con la firme idea de montar un negocio. "Ahorrábamos el sueldo entero, con el propósito de montar una tienda de comestibles". Lo consiguieron. No sabían nada de comercio, pero aprendieron y fueron progresando. Sus negocios crecieron y hoy son dueños de varios supermercados, de una planta envasadora de zumos y agua, de una inmobiliaria, fabrican sus propios productos de alimentación... En la actualidad son sus tres hijos, Sergio Otelo, Juan Carlos y Roberto Manuel, los que llevan los negocios.

Carlos estuvo treinta largos años sin regresar a España. Pero nunca se olvidó de su concejo natal. Y ocurrió que un día "nos dio por venir". Lo recuerda muy bien: "bajé del coche y corrí a verlo todo, lo tenía todo en el subconsciente. No dejé caleya sin recorrer, vereda sin mirar. Todo seguía igual, solo que más abandonado, más viejo", rememora Carlos con emoción. Regresó por segunda vez en 1992, y desde entonces ha viajado a Ponga todos los años. "Podría ir a las pirámides de Egipto, pero no me interesan. La tierra tira. Prefiero volver a recuperar la inocencia perdida", resalta el empresario.

Hace tiempo quiso abrir una planta embotelladora de agua en Ponga, en Ventaniella, donde hay "un manantial maravilloso". Tenía "muchísima ilusión", pero ni siquiera obtuvo respuesta del Principado a su propuesta. "Nadie dijo nada, ni siquiera me dijeron que no, así que empezamos allá", en Argentina, donde solo hallaron facilidades.

"Nos ha ido bastante bien a todos los hermanos", destaca Carlos Pilar. "Allá somos 'los gallegos' y aquí 'los argentinos'", subraya. Dos de sus hermanos murieron el año pasado. Viven diez, ocho en Argentina y dos en España. Sus hijos se han enamorado también de Ponga. Tanto que acuden en verano (invierno en Argentina), siempre que los negocios se lo permiten, y que, cuando hubo que ponerle nombre a una de las empresas, propusieron a la Administración estos tres: "San Juan de Beleño", "Ponga" y "Asturias". Aprobaron el primero. Desde entonces San Juan de Beleño SRL (Sociedad de Responsabilidad Limitada) distribuye sus propios productos: fideos, arroz, galletas, dulces...

¿Y qué fue de aquella madre coraje, Generosa Gutiérrez? Pues en Argentina vio cómo todos sus hijos prosperaban y cómo iban formando sus propias familias y construyendo sus nuevas vidas. Regresó tres veces a Asturias y pudo abrazar a los hijos que se habían quedado y a sus nietos españoles. Cuando todos sus hijos se independizaron y se quedó sola en su casa de Buenos Aires, nunca quiso asistentas ni ayudas externas, así que al cabo de unos años varios de sus hijos se la llevaron a la ciudad argentina de Córdoba, donde, ya octogenaria, falleció de repente una mañana, mientras barría. Está enterrada en el panteón familiar del cementerio de Río Tercero, en Córdoba.

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